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23 de julio de 2025

Invitación al Filandón homenaje a la escuela de La Mata de Curueño

                                                    

Filandón homenaje a la escuela de La Mata de Curueño, que funcionó hasta 1971. Existe una foto de los últimos asistentes a la escuela en La Mata. Los convocamos, junto a las maestras y maestros que dieron clase en La Mata, así como a sus descendientes y al alumnado que asistieron a la escuela de La Mata, entre ellas al actual presidente de la Diputación de León Gerardo Álvarez Courel, cuya madre Josefina Courel fue maestra en La Mata de Curueño. 

Con algunas personas o con sus descendientes no hemos podido contactar, por lo que desde aquí les invitamos a asistir y recordar historias y tiempos pasados. Relación de maestras y maestros que dieron clase en la escuela de La Mata de Curueño y a las que invitamos al filandón, a ellas y/o a sus descendientes: 

D. Agustín Álvarez Sierra (1889-1894)

D. Ángel García (1894-1933)

D. Lucio Bermejo Álvarez (1934-1949)

D. Delfino (1949-1950), era de Barrillos, venía en bicicleta.

Dña. María Luisa Contreras (1950-1951)

Dña. Josefina Courel (1951-1952)

Dña. Sebastiana (1952-1953)

D. Julíán (1953-1954)

Dña. Joaquina (1954-1956)

Dña. Eutimia Martínez (1956-1957)

Dña. Mª Jesús Garrido Paredes (1957-1959)

Dña. Carmen Zapico Gil (1959-1960)

Dña. Emérita León (1960-1962), hermana de Felipe León, el luchador.

Dña. Angelines González Robles (1962-1963), prima de Sinda.

Dña. Mª Teresa Martínez Lanza (1963-1964)

Dña. Rosa Escapa (1964-1966), de Sopeña, prima de Margarita.

Dña. Mª Carmen Sánchez (1966-1967)

Dña. Mª Antonia Castro (1967-1971), esposa de D. Delfino.

1968. Integrantes de la escuela de La Mata de Curueño. Toño, Rosa Mari, Manolo, Ignacio, Toña, Milagros, Mª Nieves, Mª Antonia la maestra, Evaristo, Luis, Angelita, Graci y Toñi. Falta Camino.

Con la llegada del siglo XIX las circunstancias van cambiando y los bienes de las caridades disminuyen paulatinamente, sobre todo con la desamortización de los bienes eclesiásticos y de fundaciones piadosas por parte del Estado. Hasta 1.854 se encuentran en el  libro de Fábrica de la iglesia de La Mata anotaciones concretas sobre el pago al maestro.  Desde 1.864, la instrucción primaria depende del ayuntamiento de Santa Colomba, recientemente constituido. Y, al menos, a finales del siglo XIX las escuelas de La Mata y Pardesivil funcionaban separadamente con su propio maestro.

Hay constancia de que durante unos años, desde 1.889, el maestro de La Mata fue D. Agustín Álvarez Sierra, que era hermano del párroco de la época, D. Matias Álvarez Sierra. Desde 1.894 y hasta 1.933, el maestro de la Mata fue D. Ángel García Álvarez, abuelo de Marisa y de Plácido.

 En 1.899, el ayuntamiento de Santa Colomba pidió al maestro de cada pueblo una lista de los niños que iban a la escuela. En La Mata, el maestro D. Ángel, certifica que eran 19 niños y 10 niñas, de entre 6 y 12 años. Dos de los niños eran de Matueca y Sopeña. De ellos, 17 asisten siempre, 12 con poco frecuencia y 3 no asisten. Por la enseñanza recibida se pagaba al maestro una peseta hasta los diez años y una cincuenta pesetas, a partir de esa edad.

Aunque el analfabetismo en España a finales del siglo XIX  era bastante alto, en una lista de vecinos de La Mata con derecho a voto, que eran los varones mayores de 25 años, en el año 1.890, en La Mata de Curueño, de 38 hombres mayores de 25 años con derecho a voto, todos sabían leer y escribir.

La escuela  y el señor maestro. La casa del maestro

A mediados del siglo XIX, los recién creados Ayuntamientos se hicieron cargo de la instrucción de  los niños y las niñas. Posiblemente fue cuando se dedicó a tal fin el edificio conocido como la Escuela vieja, que ocupa la esquina de la Plazuela con la Rinconada y, que hoy en día, reparado en el año 2010, funciona como Casa de Cultura. Anteriormente las clases se impartían en el portal de la Iglesia y las pizarras personales solían ser paletillas de cerdo o de oveja y se escribía con la punta de una piedra.

 Al principio la entrada a la escuela se realizaba por el portal de la casa del tío Pedro, hoy de José Antonio Fernández. Muchas veces tenía que quitar el carro para dejar libre la entrada; la puerta que existe en la actualidad se abrió en 1930 y en 1944 hubo que reparar el tejado. El señor maestro o la señora maestra abría la puerta de la escuela y se entraba en tropel a la planta baja, para luego subir al aula. Si llovía o nevaba se dejaban las madreñas en la parte baja, que era de tierra, y se subía en zapatillas o alpargatas.

 

                    En la escuela de La Mata. 1944, Florinda, Nélida y Felipe. 1960, Charito

Las clases se impartían en el piso de arriba del edificio, donde ahora está  radio Curueño. Era un salón con pupitres largos donde se sentaban varios niños y niñas; encima había unos agujeros para acoplar los tinteros, una mesa grande rodeada de pequeños taburetes, que luego estuvieron en el Teleclub, un armario para los libros de lectura y una mesa escritorio para el señor maestro, con un brasero debajo y un sillón, frente a la ventana de la plaza. En las paredes, además del crucifijo había seis mapas grandes, uno de cada continente y el de España,  y un mapa pequeño de la provincia de León, en el que no figuraba el nombre de La Mata, por lo que tuvo que escribirlo a pluma el señor maestro; también había un cuadro con diez varillas, cada una con diez bolas, para enseñar a contar a los más pequeños. En la organización interna, la escuela era mixta y existía un grupo de pequeños, hasta que se aprendía a dividir y un grupo de mayores, hasta los catorce años.

La Casa del maestro, actual Teleclub, se construyó en 1943 y la inauguró D. Lucio Bermejo, que primero había vivido en la casa que se encontraba entre la de Antonio el alcalde y la Escuela vieja, que había sido de la tía Francisca y del tío Manuel, el correo. La casa del maestro pasó a ser la escuela nueva en 1955 y en 1970 Teleclub. A la escuela llegaron a ir más de cuarenta niños y niñas. Se iba desde los seis  hasta los catorce años. El horario era de 9 a 12 horas y de 15 a 17 horas. A media mañana había un recreo. Solía comenzar en septiembre y duraba hasta junio, pero si se cuidaban vacas se iba más tarde, cuando empezaba a nevar y las vacas quedaban en la cuadra. En octubre había que ayudar a sacar las patatas y en primavera también había otras labores que realizar.



Edificio de la Escuela vieja y la Casa del maestro que fue la Escuela nueva

La escuela era gratuita, aunque se podían dar clases particulares, que había que pagar, para completar los aprendizajes. Unos iban con su cartera al hombro, otros con el cabás en la mano y otros, no pocos, con una bolsa de tela bajo el brazo, hecha por su madre. A ninguno le faltaba la enciclopedia Álvarez, la pizarra con su marco de madera y una  pequeña almohadilla casera para borrar lo escrito con el pizarrín. En general, se salía bien preparado. En La Mata siempre fue mixta, en otros pueblos, como Sopeña, Santa Colomba o Barrillos había escuela de niños y de niñas, separadas.

En el invierno, cada día tenían que ir dos alumnos a las 8,30 horas, para encender la estufa. La leña y las cepas las tenían que llevar los padres y estaban en el piso de abajo de la vieja escuela, había que picarla y se apilaba debajo de la escalera. Años antes, se guardaban en la obra, que es donde José Antonio tuvo las yeguas y a donde los niños iban a jugar.

En los años cincuenta, las maestras vivían en casas del pueblo, con las familias de Román, Eliseo o Sofía, pues desde 1949 solo solían estar un año. A partir de 1970 se cerraron las escuelas de La Mata y de Pardesivil y las clases se impartían, a nivel comarcal, en la concentración escolar de La Vecilla. En el curso siguiente se cerraron las escuelas de Santa Colomba y de Barrillos.

La maestra del curso 1951-1952, Josefina Courel, recordaba en la revista "La Mata de Curueño, un pueblo que nos une":

Hice las oposiciones de magisterio en 1951 y me vi como interina en la escuela de La Mata, que quedaba algo lejos del Bierzo de donde yo procedía, para sustituir a un señor, al parecer casi ciego. Me orientaron que tomara el coche de línea hacia Vegas del Condado y creo que nos dejaba en Barrio. Desde allí andando 9 km. hasta La Mata. Al llegar me indicaron la casa de Román y Chon, donde había estado la maestra anterior. Una vez al mes iba a cobrar el sueldo a León andando 9 km. hasta el tren de La Vecilla.

 El edifico escolar era lo que llaman la Escuela vieja. Se accedía por una escalera interior de madera con una barandilla para evitar que se cayesen los niños. Hacia un lado estaba la mesa del maestro y en el otro los niños y las niñas, no más de veinticinco.

Empezábamos la jornada escolar con la señal de la cruz y rezando un avemaría, para pasar luego lista con el fin de señalar las faltas a clase. Durante el día se distribuía el tiempo para cada asignatura, que eran conceptos elementales, pero básicos y amplios; fácilmente se descubría la disposición de cada uno para las ciencias o para las letras. La enseñanza de la religión no se cuestionaba e incluso se explicaba el evangelio del domingo. Al final de clase se cantaba la tabla de multiplicar o alguna canción regional o religiosa. Las niñas solían hacer labores por la tarde dos días por semana y entretanto los niños hacían algún problema o lectura. Los jueves había vocación por la tarde.

Recuerdo al párroco D. Teodoro, tocaba al rosario hacia el oscurecer y mientras la gente se reunía daba catequesis a los niños. Un día de ayuno le vi en su casa con un caramelo en la boca, diciéndome que eso no quitaba el ayuno. También recuerdo la cantidad de agua que corría por medio del pueblo y los patos que se criaban. Y lo del “plantón”, que era la semilla de la remolacha y que los restos que quedaban en su recolección se daban a las vacas mezclado con paja y hacía que la leche fuera exquisita. Había una señora que hacía mantequilla, que venían a recoger desde La Vecilla.

La maestra del curso 1959-1960, Carmina Zapico, también recordaba:

Vivir en La Mata fue un lujo, uno de los mayores de la vida. La vida era tranquila y agradable. Vivía en casa de Eliseo y de Isidora, con los hijos que aún quedaban en el pueblo, me sentí una más de la familia. Tenía plaza en propiedad en La Mata y estuve año y medio, hasta que renuncié a la plaza. Transcurrían los días trabajando, charlando y pasando muy buenos ratos en casa de Angelines, donde solía acudir por las tardes D. Marcos, el párroco, para ver a tía Elisa. Por la noche, jugábamos una partidita a las cartas y después, nos sentábamos al calor de la chapa de la cocina.

Tengo presente aquella escuela, habilitada hoy como Teleclub, y en la que la cocina y una habitación estaban unidas para formar el aula; nuestro patio de recreo era la calle y en invierno se organizaban peleas con bolas de nieve. No faltaba ningún niño a clase, hasta los hermanos Panera que eran los que más lejos vivían y que a veces eran los primeros en llegar.

Y como no recordar a los niños que eran doce, aunque oscilaba el número porque se incorporaban el sobrino de D. Marcos y el de Angelines cuando pasaban temporadas en el pueblo. Los alumnos me parecían de los más inteligentes del mundo, ya que todas las carencias de material se suplían con buena voluntad y con gran entusiasmo: desde fabricar carteles o mapas hasta conseguir tener la escuela caliente, tarea ésta de la que se encargaba todos los días Eliseo, pues ni un solo día de invierno dejó de encender la cocina económica con la que nos calentábamos; también espalaba la nieve cuando caía en tal cantidad como para no poder llegar a la puerta de la escuela.

Por aquel entonces, se estrenó en el teatro Emperador de León, la película Los diez mandamientos y D. Marcos tuvo la idea de alquilar una furgoneta para llevar a verla a los niños mayores y también a algunos jóvenes.

Y muchos recuerdos más. Entre ellos la celebración de La Candelaria en Pardesivil en el mes de febrero. Todos los mozos y mozas del pueblo íbamos por la tarde al baile que se hacía en los bajos de la escuela; al volver, entrada la noche, nevado todo el paisaje y con luna llena, se podía contemplar el valle y el pueblo de La Mata, lo cual constituía uno de los paisajes más hermosos que he visto en mi vida.

También Ruperto Rodríguez Castro recuerda su paso por la escuela como alumno:

Mis años en la escuela se desarrollaron en los cincuenta. Se comenzaba a ir con seis años y se permanecía hasta los catorce, aunque algunos, como yo, nos íbamos antes para hacer estudios en otro lugar o les sacaban los padres para comenzar muy pronto la vida de trabajo ayudando en casa o haciendo de motril en otra.

Destaco algunas “historias” de mis pocos años en la escuela vieja y en la nueva, ya que me tocó estrenar la habitación que hizo de aula en la Casa del Maestro, que conocemos, ya restaurada, como Teleclub.

Los jueves dibujo. Como siempre se me dio bien el dibujo, el primer recuerdo es para la clase que sobre esta actividad nos daba D. Delfino, del que guardo un buen recuerdo, como del mejor de los maestros. Los jueves, al llegar a la escuela, tenía el encerado grande, que estaba en la pared al subir la escalera, lleno de dibujos que luego teníamos que intentar hacer. Con tizas de colores allí aparecían variedad de casas, castillos, paisajes, etc. según correspondiera. Me empeñaba en copiar lo mejor posible y disfrutaba de lo lindo guardando mis dibujos como algo que me gustaba mucho. Este afán me sirvió luego para mi actividad laboral. También recuerdo con agrado, las clases de caligrafía, por el esmero que nos hacía poner para copiar palabras y textos  con aquella letra “inglesa” que a tantos nos mejoraría la letra para nuestra escritura posterior.

Hoy, sin comer. Así nos castigó un día Dª Sebastiana, en 1952,  cuando yo tendría unos diez años, sería por no saber la lección. Así que se fueron todos a comer y nosotros a ver la forma de escaparnos. Había en el exterior de una de las ventanas, como dos salientes de madera en forma de estaca y aferrándonos fuerte con las manos, saltamos como unos tres metros. Luego, a comer corriendo y volver a estar dentro, para cuando volviera la maestra. Alguien que no recuerdo bien (quizás Gaspar) acercó una escalera por la cual subimos. Cuando llegó Dª Sebastiana nos perdonó y nos dejó “ir a comer”. Por supuesto que nos fuimos, no a comer, claro, sino para hacer tiempo y volver antes de iniciar la clase de la tarde.

Recreos. Teníamos tan solo un recreo a media mañana, ya que por la tarde los juegos los hacíamos al salir de clase y antes de irnos para casa. Nuestro lugar era la Plazuela donde se sucedían, a lo largo del año, los diversos juegos de “temporada”.

Juegos. Recuerdo el de “los cartones”. Nos hacíamos, como podíamos, con los billetes del tren minero o de La Vecilla e, incansables y con ganas, tirábamos contra la pared para ver quien los dejaba más cerca y ganaba, aumentado la colección propia. El calvo nos apasionaba, así como el marro y algunos más. En los largos y duros inviernos “el resbalete” por el hielo y barro helados era lo nuestro. Por la tarde, nos íbamos a las Colineras y utilizando sacos, nos tirábamos una y otra vez por aquellas laderas heladas. No nos hacían falta los trineos de ahora.

Titiriteros. En ocasiones, una o dos veces por año, venía un grupo de titiriteros para representar ante niños y mayores su repertorio. Así que en la planta baja de la escuela, que hacía de bodega, carbonera y más, nos sentábamos en el suelo que era de tierra, bien apretados, y asistíamos, asombrados, al ensueño de las obras de teatro y de juegos que llevaban nuestra imaginación a lugares alejados de nuestro pueblo.

Comer algarrobas. Alguna vez se presentaron en el pueblo un grupo de militares que conducían mulos y debían hacer prácticas de rastreo o de vigilancia por los alrededores o algo así. Estaban diez o doce días ocupando la Plazuela del pueblo, dormían en pajares de las casas próximas y a los animales los ataban enfrente de la escuela. Lo que más disfrutábamos de la novedad, era que los soldados nos daban a comer algunas algarrobas que traían como alimento de los animales. Como eran de sabor dulce, nos suponía una buena aventura.

Con la regla en los dedos. Tengo buenos recuerdos de los maestros y maestras que tuve, pero de uno de ellos, que estuvo poco tiempo como sustituyendo a otro maestro, me viene a la memoria el daño que nos hacía cuando nos pegaba en los dedos de la mano con la regla, aun siendo muy pequeños. Ese dolor en las manos lo recuerdo muy vivo cuando pienso en aquellos años que, en general, fueron muy felices para gran mayoría.

Existe un Registro de Cartillas de Escolaridad de la Escuela Nacional Mixta de la Mata de Curueño, que solamente tiene formalizada una página. Como testimonio de la misma y para promover la memoria de quienes aparecen en ella, relacionamos el alumnado que se cita:

 Cursos 1953-1957

Elisardo Cuesta Bayón. Ángel Fernández García. Mª Jesús Fernández García (Baja por ingreso en instituto 10-7-1956). Natividad Fernández García. Gaspar García Castro (Terminó el 10-7-1957). Pedro García Cuesta. Carmen García Gafo. Donato Panera García (Terminó el 10-7-1957). Jesús Panera García. Ruperto Rodríguez Castro (Terminó el 10-7-1957). Elvira González. Jerónimo Valladares Castro. Mª del Rosario Fernández García. Mª Begoña García Cuesta. Otilia Cuesta Bayón. Amparo Valladares Castro

Cursos 1967-1970

Mª Jesús Álvarez Castañón (terminó el 11-6-1969), José Luis Álvarez Castañón y María Antonia Álvarez Castañón; José Luis Cuesta Bayón (terminó el 10-7-1967) y Mª Antonia Cuesta Bayón; Mª de los Ángeles González Bayón y Teodoro González Bayón (terminó el 30-6-1970); Mª del Pilar González Fernández; Ignacio Pérez Ugidos (terminó el 10-7-1968), José Manuel Pérez Ugidos (terminó el 30-6-1970) y Evaristo Pérez Ugidos; Antonio Rodríguez Sierra (baja a León 25-3-1968) y Mª Nieves Rodríguez Sierra (baja a León 25-3-1968); Rosa Mª Sierra Orejas (terminó el 10-7-1968), Milagros Sierra Orejas (baja para León 1-9-1969) y Camino Sierra Orejas (baja para León 1-9-1969); Mª Ángeles Getino Bayón y Mª Engracia Llamera Díez.

24 de octubre de 2023

Virgen Peregrina en La Mata de Curueño

 


Una de las tradiciones que perviven en La Mata de Curueño es la Virgen PeregrinaDe casa en casa, por el pueblo, así iba hace años y así va la Virgen Milagrosa.  En corrida rigurosa, llamando a la puerta de cada vecino. Quizá ahora permanezca más tiempo en casa  de los pocos que viven en el pueblo durante el invierno. En el pasado, solía estar uno o dos días en cada casa. Todo el mundo lo sabía. Cuando alguien llamaba y llevaba en su mano una caja de madera de castaño, se sabía que tocaba la Virgen. 

La imagen de la Virgen Milagrosa la regaló Mª Andrea en los años cincuenta del siglo pasado, pues vivía en La Vecilla y enfrente de su casa había unas colonias que llevaban las monjas y por su mediación consiguió la Virgen.

Plácido Fernández García escribió en el boletín: 

En el pasado, solía estar dos días en cada casa. Todo el mundo lo sabía. Cuando alguien llamaba y llevaba en su mano una reducida caja de madera de color castaño, sabíamos que tocaba la Virgen.
Recuerdo que cuando estábamos todos, mi madre decía: ”Hay que dar la bienvenida a la Virgen”. Sacaba un librito, y de rodillas, desgranaba una serie de oraciones y letanías que acompañábamos en familia y que a mi se me antojaban muy largas.
“Ha llegado para nosotros, ¡oh dulce y tierna madre!, el momento feliz  de veros en nuestra casa…; esta familia no acierta a manifestaros su agradecimiento, pero os da su bienvenida y os recibe llena de filial cariño”.
Lo mismo se hacía a la hora de marchar, pues se le daba la despedida:
“¡Oh cariñosa madre. Ha llegado la hora de vuestra marcha y nuestros corazones se ven precisados a daros la despedida llenos de pena y sentimiento”, “…no os retiréis sin bendecirnos”.
Se percibía un secreto sentimiento de que la Virgen era una más de la familia durante esos días de visita. Era la Madre que veía nuestros asuntos, atendía nuestros ruegos y velaba sobre la casa. La imagen de la Virgen Milagrosa, con  sus manos abiertas, parecía sonreír detrás del cristal.
Durante el día, el humilde homenaje que cada uno le ofrecía era la vela encendida u otras de las múltiples formas de vela o, sencillamente, el vasito con agua y aceite y una mechita encendida flotando.
A la despedida, se daba una pequeña limosna, metida por la ranura que tenía a sus pies y que sonaba al caer en la base de la caja de madera.
En general, los chiquillos nos encargábamos de llevarla al vecino con un diálogo que ya era costumbre:
   -María, ¡que le traigo la Virgen!
   -Gracias, hijo.
   -Que le vaya bien, ¡hasta mañana!
Y la imagen de la Virgen Peregrina, en su cajoncito de madera con un cristal por delante, entraba, al caer la tarde, en otra casa del pueblo para ser en la nueva familia fortaleza de fe y cercanía en sus necesidades.


12 de abril de 2023

Santa Misión año 1933, en La Mata

En el Facebook del Ayuntamiento de Santa Colomba de Curueño publican estos días una fotografía de la Santa Misión celebrada en La Mata de Curueño en el año 1933. Completamos la información con los datos recogidos en el libro tomo 2  "La Mata de Curueño. El ayer del siglo XX":

9.11. Santa Misión y Cofradía del Santi Spiritu

La Cofradía del “Santi Spiritus” del Valle del Curueño, también llamada “de los doce Apóstoles”, fue fundada en el año 1621, con sede en Santa Colomba de Curueño, por D. Pedro Robles, cura rector de dicha parroquia. Era exclusiva de clérigos y estaba formada por los curas párrocos, ecónomos y clérigos residentes en los diez lugares del Valle de Curueño. Según las disposiciones fundacionales, el número de cofrades no debía sobrepasar los doce y sus fines eran el bien espiritual de los hermanos y la ayuda en el orden material, así como el bien de las ánimas del purgatorio a través de los sufragios de las mismas.
    Tenía como sede el altar del Bendito Cristo de la iglesia de Santa Colomba y en el acta fundacional ya se permitía el derecho de ser hermano a un familiar seglar del fundador, el que él designase, para que gozase de los bienes de los aniversarios a condición de que se encargase de llevar los ornamentos y ayudar en las misas que se celebrasen. El día de la entrada de un nuevo hermano, decía una misa mayor de Espíritu Santo con asistencia de los hermanos cofrades con sobrepellices y bonete. Por la entrada de hermano había que pagar 1000 maravedíes, una vela de a cuarterón a cada hermano, que permanecía encendida durante la celebración, así como la comida y colación a los hermanos.
   La base económica de la Cofradía eclesiástica del Valle de Curueño era las fundaciones de aniversario de misas sobre fincas que llevan  la carga de esas misas. Los bienes de la cofradía fueron en aumento, tanto en fincas como en censos, y en 1780 se obtiene del señor Obispo permiso para dotar dos capellanías colativas residenciales con hijos del Valle de Curueño, como auxiliares de la cofradía, pues el número de fundaciones de aniversarios aumentaron considerablemente. Se daba al capellán 1300 reales anuales y también servía en las parroquias vacantes. Tal fue el caso de D. Pedro de la Iglesia, presbítero natural de Pardesivil, que estuvo de capellán de la cofradía de 1834 a 1883 y fue cura de La Mata de 1873 a 1879.
    La capellanía fue absorbiendo a la cofradía y en 1799 solo eran tres hermanos. En 1780 el capellán tenía que aplicar 118 misas rezadas y 32 cantadas cada año. En el siglo XIX va disminuyendo el potencial económico de las fundaciones piadosas con las nuevas leyes y el número de misas va disminuyendo. En 1883, año de la muerte del último capellán, son 66 misas comunes y 22 cantadas y a comienzos del siglo XX solo hay un encargado de la administración y de aplicar las misas de aniversarios.
    En marzo de 1922, los párrocos de los diez lugares del Valle de Curueño, promovidos por D. Teodoro González Robles, cura de La Mata, elevan una petición al Obispo para que se restablezca la Cofradía del Santi Spíritus del Valle de Curueño y se elaboran nuevos estatutos basados en la primitiva regla, se fija la fiesta del titular de la cofradía el jueves de la infraoctava de Pentecostés y en 1926 se venden las fincas rústicas de la cofradía por 33.435 pesetas, que se invirtieron en títulos de deuda perpetua a un interés del 4%. Con los intereses de dichos títulos se acordó que se diesen misiones anuales, predicadas por dos padres misioneros, en cada una de las parroquias del valle, siguiendo un turno rotatorio. En 1926 se destinaron a dicho fin, 300 pesetas. Las misiones anuales se interrumpieron durante la guerra civil. En 1936 se celebró en Pardesivil. En 1941 se reanudaron y se celebraron en La Cándana y a partir de 1943, al disminuir los recursos económicos, se acordó celebrarlas cada dos años, y después cada tres años. En los años cincuenta cesaron las misiones a cuenta de los fondos de los intereses de la Cofradía del Sancti Spíritus.
    A la vez que las misiones, seguían aplicándose las misas correspondientes a fundadores de aniversarios encargados a la cofradía. En 1926, dichas misas eran de 128, entre rezadas y cantadas, mientras que en 1975 fueron 40 rezadas, que aplicaban D. Cayetano González, cura de Santa Colomba y D. Germiniano García, cura de Barrillos. La cofradía perduró hasta la jubilación de D. Cayetano. 
   Por tanto, era costumbre que el párroco, con la ayuda de predicadores pertenecientes a congregaciones religiosas que iban de pueblo en pueblo, organizasen  algún año una reunión de los feligreses donde, durante dos o tres días, había una dedicación especial a la vida cristiana con la asistencia masiva a varios sermones sobre el Evangelio y con prácticas religiosas, con el fin de promover y acentuar la religiosidad de la gente. 
    Hay constancia de que en La Mata se celebró la Santa Misión o Misiones en marzo de 1933, en febrero de 1947  y en mayo de 1965. Uno de estos hechos ocurrió en nuestro pueblo durante el tiempo de cuaresma del año 1933. Una cruz de madera colocada en una pared del atrio del templo parroquial testimonia desde entonces tal circunstancia; en la misma se lee la siguiente leyenda: Recuerdo de la Santa Misión. Padres Capuchinos. 26-3-1933. También aparece la fecha de 29-5-1965, ya que durante unos días de ese año se repitió esta práctica religiosa. Además, en alguna casa se conservan estampas como recordatorio de las mismas, entre ellas de la Santa misión predicada por los padres capuchinos Justo de Villares y Policarpo de Barajores, que se celebró en La Mata del 17 al 23 de febrero de 1947.


    Valiosa, por tanto, es la fotografía de la portada de este libro, que recuerda aquel acto de 1933. Al parecer está tomada en las eras de Gregorio Fernández y de Petronila Fernández, que lindaban con la carretera y a las que se llegaba desde el pueblo por La Callejina, la cual salía desde el inicio del Camino de La Moral. También participaron feligreses de Santa Colomba y de Pardesivil. Así se ve, en la parte izquierda de la fotografía a un grupo de niños y adultos pertenecientes a Santa Colomba y otro grupo de niños de Pardesivil hacia la parte central, mientras que un buen grupo de niños de La Mata están agrupados en la parte derecha, alrededor de la imagen del Niño Jesús de Praga colocado en sus andas. 
 Con la ayuda de Mª Ángeles Fernández López que tenía entonces ocho años, se puede identificar a algunas de las cerca de doscientas personas que “posaron” hace tantos años:
 En la primera fila de abajo, y de izquierda a derecha, algunos reconocidos son: Eduardo García; Imelda Fernández; Sagrario, esposa de Patricio; Pascuala, hermana de Alberta (de Pardesivil); los niños Celestina Bayón, Patricio Bayón, Francisco Díez (Quico) o Eladino; y  Amelia de Pardesivil.
 En la segunda fila: D. Cayetano, D. Eulogio y D. Teodoro, párrocos, respectivamente, de Sta. Colomba, de Pardesivil y de La Mata y un padre capuchino predicador; Amancio Fernández y Román Fernández (con jarra y cazo); Eufemiano Díez con su hermano Marcelino en brazos; Paula y Julia Bayón; Eliseo Álvarez, nieto del tío Faustino y Ángel García, con las andas y  Mª Ángeles Fernández (con vestido blanco).
 En la tercera fila: niños de Sta. Colomba; Dominica Bayón, (detrás de D. Teodoro); Marucha Bayón, hija del tío León, Andrea Bayón; Pura,  varias mujeres con mandil y entre ellas, Chonita García, Consuelo Fernández,  Amalia Muñiz, Honorina García, Nila Fernández y Mª Luisa Cuesta. Delante, Felisa con una niña en brazos y Andrea Bayón; Luis Fernández y Pedro Orejas, con las andas; Nieves Castro, Ovidia Castro, Tomasa Castro, con un niño en brazos y D. Braulio, párroco de Sopeña.
  En la cuarta y quinta filas, niños de Santa Colomba y un amplio grupo de niños de Pardesivil y La Mata, reconociendo al final de la fila a Adolfo Fernández, al lado del padre predicador.
 En la última fila,  mujeres y hombres de La Mata en su mayoría: Juana Fernández, Elena Robles, Florinda Álvarez, Asunción o Luz, María Bayón, Cecilia Robles, Marucha de Pardesivil, Elisa Getino, Eloy, que era tambolirero, Fabriciano Cuesta, Amable el sastre, Víctor García, Juan Robles (con gorra), Filomena Castro, Pepa García (con el estandarte), Emilia Bayón y Máxima, nieta del tío Faustino (vestidas de primera comunión), Modesta Álvarez, Aníbal Fernández, Mª Andrea Fernández, Teresa Robles, Delfina, madre de Marcelino, Otilia y Adela Bayón y Melánea Bayón.

21 de marzo de 2023

Ganadería en La Mata. Referencias históricas

 

Vacas en las calles de La Mata de Curueño, año 1971

6.- Ganadería tradicional

La ganadería fue, junto con la agricultura, una actividad fundamental para la economía de las familias de La Mata de Curueño. A principios del siglo XX había pocas vacas, pues no había lecheros y la leche no se vendía.

Agricultura y ganadería estaban íntimamente unidas, de manera que muchas de las labores agrícolas buscaban asegurar el alimento de los animales domésticos durante el invierno.

La ganadería tenía varios fines: asegurar el alimento cárnico de la familia durante todo el año; obtener  productos derivados, como lana, leche o  huevos;  como fuente de fuerza, para tirar del carro; para desplazarse o para la venta de los animales y de los productos que se obtenían.

6.1. Referencias históricas

Las prácticas ganaderas han sido habituales en el territorio de La Mata de Curueño desde hace muchos siglos. En el Catastro del Marqués de la Ensenada, en 1752, se cita que había bueyes, vacas, terneros, yeguas, ovejas, corderos, carneros, cabras, machos de cabrío, cerdos, cerdas y un pollino.

Y en 1885 se declararon  11 cabezas de ganado caballar, 23 asnos, 90 de vacuno y 800 cabezas de ganado lanar y cabrío, así como 60 colmenas y 3 palomares. Las ovejas tenían un valor de 16 reales cada una; los carneros 28 reales; los castrones, 33 reales; las cabras, 22 reales; los bueyes y las vacas de labranza, 330 reales y  las vacas de cría, 150 reales

Existía una estrecha relación entre la ganadería y los pastizales del monte y su hoja y las praderas comunales. Los rebaños del pueblo se encerraban en los "corrales del monte" o "bardales" y nuestros mayores recuerdan aún la Casa del Monte, que se encontraba en el valle de Roseco, pero que ya no era operativa en el siglo XX, debido a un retraimiento en la utilización de los bienes comunales del monte, pues el pastoreo libre con escasa alimentación, producía unos rendimientos muy bajos de recrío, producción de carne y lana y con defensas mínimas contra las epidemias endémicas, que causaban fuerte mortandad, así como las pérdidas ocasionadas por los animales depredadores, como el lobo.

Del libro "La Mata de Curueño. El ayer del siglo XX"

3 de mayo de 2022

Geología del Curueño. Era Primaria (hace más de 250 millones de años)

 Del capítulo sobre Geología del libro "La Mata de Curueño. Orígenes e historia de antier" extraemos unas nociones sobre como se ha formado este territorio durante millones de años:

En cuanto a la Estratigrafía, de muro a techo afloran en la zona las siguientes rocas, que vamos a ir viendo según su antigüedad:

Era Primaria o Paleozoico. (Hace 550 a 250 millones de años). Existía un único supercontinente, la Pangea. Los materiales del Paleozoico con todo el registro de la cordillera Cantábrica es de los más completos del mundo. De hecho, los primeros turistas de la montaña leonesa fueron geólogos alemanes, franceses, holandeses y españoles, fascinados por las rocas de la zona. En el Curueño, menos el Pérmico, está representado todo el Paleozoico. Y en Matallana de Torio se completa el Carbonífero.

La era Primaria presenta los siguientes periodos:

Cámbrico (550 a 495 millones de años). Constituido por:

Formación Herrería. Son los materiales más antiguos del Curueño. Son areniscas feldespáticas sedimentadas en ambiente costero que forman, entre otros, el  Pico Muelas, entre La Vecilla y Boñar; o el Pico Cueto, sobre Boñar. El nombre de la formación procede de un enclave cercano a  Remellán, por encima de Boñar.

Formación Láncara. Se encuentra en varios sitios del Curueño. Son una serie calizas rojas, grises y blancas y dolomías (al sustituirse el calcio por magnesio). Calizas rojas se encuentran junto al ayuntamiento de Valdepiélago y se utilizan para revestir casas y para suelos. La serie se repite por Tolibia de Abajo. En la curva de Valdepiélago, junto al río, había una antigua cantera, donde se observan los tres tipos de caliza.

Formación Oville. Predominan las areniscas intercaladas de pizarras verdes y de lutitas. Se han depositado en un medio somero. Oville es un pueblo cerca de Remellán.

Mapa geológico. Escala 1:50.000 - Boñar

Ordovícico (495 a 440 millones de años). En general, presenta asociaciones de pizarras y arenisca, pero sin calizas, ya que no había mar, sino un medio deltaico. Tiene pocos fósiles.

Formación  Barrios. Cuarcitas de color gris ruina. Forma un sinclinal en el pueblo de Valdorria, arroyo de Valdecésar, cascada de Nocedo, Peña Morquera y ruinas del castillo de Montuerto. Son las areniscas silíceas que se explotan en Valdecastillo (Boñar) para fabricar vidrio. Corresponde con la cuarcita armoricana  que forma el cabo Peñas en Asturias. El nombre viene de Barrios de Luna.

Silúrico (440 a 415 millones de años). Se sigue sin mar.

Formación  Formigoso. Son pizarras oscuras y delgados bancos de arenisca, que originan sobre el terreno niveles deprimidos en contraste con las cuarcitas más resistentes de la formación Barrios.

Formación San Pedro. Areniscas rojas ferruginosas;  pasando Las Caldas hay un canchal junto al río.

Devónico (415 a 355 millones de años). Tiene una amplia representación en la zona y una gran riqueza paleontológica.  Destaca:

Grupo La Vid. Constituido por pizarras pardas y bancos calcáreos formadas en un medio marino tranquilo;  presentan fósiles en la zona de baño de Montuerto,  en varios frentes de Aviados y también fósiles muy abundantes en Colle.

Sinclinal de Peña Galicia (al fondo, con calizas de Santa Lucía). visto desde Prado Llanos, con la cuarcita de Barrios de Peña Morquera (Peñas negras)

     Formación Santa Lucía. Calizas grisáceas sin fósiles o con restos de organismos arrecifales (corales y estromatopóridos). Se supone que fueron depositados en una plataforma marina situada en el margen septentrional de un antiguo continente situado en las proximidades del Ecuador.  Forma el sinclinal de Peña Galicia y el pico  Polvoreda o  Correcillas.

Formación Huergas. De naturaleza terrígena, formado por pizarras negras intercaladas con calizas y areniscas.

Carbonífero (355 a 300 millones de años). Durante este periodo se forman las capas de carbón y se produce la orogenia Varisca o Herciniana. Destaca:

Formación Alba. Son calizas nodulosas rojas, explotadas como caliza  griotte  en canteras de Majadas del Caserío (Valdeteja).

Formación Barcaliente. Calizas tableadas oscuras, que han originado las cuevas de Valporquero.


                                                En lo alto, Peña Valdorria y en primer término, cuarcitas de Barrios

Formación Valdeteja. Son calizas masivas y dolomías que forma las mayores alturas de la zona: Peña Valdorria, Cueto Ancino (huevo de Nocedo) y  Bodón. La formación Valdeteja se observa  bien junto a la carretera que une el río Curueño por Valdeteja y Valverdín con el río Torio. Antiguamente se conocía como caliza de montaña.

Formación San Emiliano. Presenta pizarras y calizas.

En el Namuriense (Carbonífero inferior) empezaron a producirse los primeros síntomas del ciclo orogénico herciniano o varisco, con diferenciaciones sedimentarias.

A continuación, durante el Westfaliense, se suceden los fenómenos que dieron lugar a la estructura fundamental de la cordillera, con el emplazamiento de los mantos, su plegamiento y fracturación. Estos procesos produjeron el levantamiento de la cordillera, que fue ya sometida a un proceso de erosión, cuyo resultado fue el depósito de los materiales detríticos que conformaron las cuencas carboníferas de Ciñera-Matallana y Sabero.

A la serie del Estefaniense pertenecen  los materiales que constituyen la cuenca minera Ciñera-Matallana. Se trata de una potente serie de conglomerados, areniscas, pizarras y capas de carbón, formadas en un medio sedimentario continental originadas en ambientes cambiantes, torrenciales, fluviales o lacustres.

La inexistencia de sedimentos comprendidos entre el Estefaniense y el Cretácico impide reconocer la historia geológica en este territorio entre 290 y 145 millones de años, pues no existen sedimentos del Pérmico, Triásico ni Jurásico.