23 de julio de 2025

Invitación al Filandón homenaje a la escuela de La Mata de Curueño

                                                    

Filandón homenaje a la escuela de La Mata de Curueño, que funcionó hasta 1971. Existe una foto de los últimos asistentes a la escuela en La Mata. Los convocamos, junto a las maestras y maestros que dieron clase en La Mata, así como a sus descendientes y al alumnado que asistieron a la escuela de La Mata, entre ellas al actual presidente de la Diputación de León Gerardo Álvarez Courel, cuya madre Josefina Courel fue maestra en La Mata de Curueño. 

Con algunas personas o con sus descendientes no hemos podido contactar, por lo que desde aquí les invitamos a asistir y recordar historias y tiempos pasados. Relación de maestras y maestros que dieron clase en la escuela de La Mata de Curueño y a las que invitamos al filandón, a ellas y/o a sus descendientes: 

D. Agustín Álvarez Sierra (1889-1894)

D. Ángel García (1894-1933)

D. Lucio Bermejo Álvarez (1934-1949)

D. Delfino (1949-1950), era de Barrillos, venía en bicicleta.

Dña. María Luisa Contreras (1950-1951)

Dña. Josefina Courel (1951-1952)

Dña. Sebastiana (1952-1953)

D. Julíán (1953-1954)

Dña. Joaquina (1954-1956)

Dña. Eutimia Martínez (1956-1957)

Dña. Mª Jesús Garrido Paredes (1957-1959)

Dña. Carmen Zapico Gil (1959-1960)

Dña. Emérita León (1960-1962), hermana de Felipe León, el luchador.

Dña. Angelines González Robles (1962-1963), prima de Sinda.

Dña. Mª Teresa Martínez Lanza (1963-1964)

Dña. Rosa Escapa (1964-1966), de Sopeña, prima de Margarita.

Dña. Mª Carmen Sánchez (1966-1967)

Dña. Mª Antonia Castro (1967-1971), esposa de D. Delfino.

1968. Integrantes de la escuela de La Mata de Curueño. Toño, Rosa Mari, Manolo, Ignacio, Toña, Milagros, Mª Nieves, Mª Antonia la maestra, Evaristo, Luis, Angelita, Graci y Toñi. Falta Camino.

Con la llegada del siglo XIX las circunstancias van cambiando y los bienes de las caridades disminuyen paulatinamente, sobre todo con la desamortización de los bienes eclesiásticos y de fundaciones piadosas por parte del Estado. Hasta 1.854 se encuentran en el  libro de Fábrica de la iglesia de La Mata anotaciones concretas sobre el pago al maestro.  Desde 1.864, la instrucción primaria depende del ayuntamiento de Santa Colomba, recientemente constituido. Y, al menos, a finales del siglo XIX las escuelas de La Mata y Pardesivil funcionaban separadamente con su propio maestro.

Hay constancia de que durante unos años, desde 1.889, el maestro de La Mata fue D. Agustín Álvarez Sierra, que era hermano del párroco de la época, D. Matias Álvarez Sierra. Desde 1.894 y hasta 1.933, el maestro de la Mata fue D. Ángel García Álvarez, abuelo de Marisa y de Plácido.

 En 1.899, el ayuntamiento de Santa Colomba pidió al maestro de cada pueblo una lista de los niños que iban a la escuela. En La Mata, el maestro D. Ángel, certifica que eran 19 niños y 10 niñas, de entre 6 y 12 años. Dos de los niños eran de Matueca y Sopeña. De ellos, 17 asisten siempre, 12 con poco frecuencia y 3 no asisten. Por la enseñanza recibida se pagaba al maestro una peseta hasta los diez años y una cincuenta pesetas, a partir de esa edad.

Aunque el analfabetismo en España a finales del siglo XIX  era bastante alto, en una lista de vecinos de La Mata con derecho a voto, que eran los varones mayores de 25 años, en el año 1.890, en La Mata de Curueño, de 38 hombres mayores de 25 años con derecho a voto, todos sabían leer y escribir.

La escuela  y el señor maestro. La casa del maestro

A mediados del siglo XIX, los recién creados Ayuntamientos se hicieron cargo de la instrucción de  los niños y las niñas. Posiblemente fue cuando se dedicó a tal fin el edificio conocido como la Escuela vieja, que ocupa la esquina de la Plazuela con la Rinconada y, que hoy en día, reparado en el año 2010, funciona como Casa de Cultura. Anteriormente las clases se impartían en el portal de la Iglesia y las pizarras personales solían ser paletillas de cerdo o de oveja y se escribía con la punta de una piedra.

 Al principio la entrada a la escuela se realizaba por el portal de la casa del tío Pedro, hoy de José Antonio Fernández. Muchas veces tenía que quitar el carro para dejar libre la entrada; la puerta que existe en la actualidad se abrió en 1930 y en 1944 hubo que reparar el tejado. El señor maestro o la señora maestra abría la puerta de la escuela y se entraba en tropel a la planta baja, para luego subir al aula. Si llovía o nevaba se dejaban las madreñas en la parte baja, que era de tierra, y se subía en zapatillas o alpargatas.

 

                    En la escuela de La Mata. 1944, Florinda, Nélida y Felipe. 1960, Charito

Las clases se impartían en el piso de arriba del edificio, donde ahora está  radio Curueño. Era un salón con pupitres largos donde se sentaban varios niños y niñas; encima había unos agujeros para acoplar los tinteros, una mesa grande rodeada de pequeños taburetes, que luego estuvieron en el Teleclub, un armario para los libros de lectura y una mesa escritorio para el señor maestro, con un brasero debajo y un sillón, frente a la ventana de la plaza. En las paredes, además del crucifijo había seis mapas grandes, uno de cada continente y el de España,  y un mapa pequeño de la provincia de León, en el que no figuraba el nombre de La Mata, por lo que tuvo que escribirlo a pluma el señor maestro; también había un cuadro con diez varillas, cada una con diez bolas, para enseñar a contar a los más pequeños. En la organización interna, la escuela era mixta y existía un grupo de pequeños, hasta que se aprendía a dividir y un grupo de mayores, hasta los catorce años.

La Casa del maestro, actual Teleclub, se construyó en 1943 y la inauguró D. Lucio Bermejo, que primero había vivido en la casa que se encontraba entre la de Antonio el alcalde y la Escuela vieja, que había sido de la tía Francisca y del tío Manuel, el correo. La casa del maestro pasó a ser la escuela nueva en 1955 y en 1970 Teleclub. A la escuela llegaron a ir más de cuarenta niños y niñas. Se iba desde los seis  hasta los catorce años. El horario era de 9 a 12 horas y de 15 a 17 horas. A media mañana había un recreo. Solía comenzar en septiembre y duraba hasta junio, pero si se cuidaban vacas se iba más tarde, cuando empezaba a nevar y las vacas quedaban en la cuadra. En octubre había que ayudar a sacar las patatas y en primavera también había otras labores que realizar.



Edificio de la Escuela vieja y la Casa del maestro que fue la Escuela nueva

La escuela era gratuita, aunque se podían dar clases particulares, que había que pagar, para completar los aprendizajes. Unos iban con su cartera al hombro, otros con el cabás en la mano y otros, no pocos, con una bolsa de tela bajo el brazo, hecha por su madre. A ninguno le faltaba la enciclopedia Álvarez, la pizarra con su marco de madera y una  pequeña almohadilla casera para borrar lo escrito con el pizarrín. En general, se salía bien preparado. En La Mata siempre fue mixta, en otros pueblos, como Sopeña, Santa Colomba o Barrillos había escuela de niños y de niñas, separadas.

En el invierno, cada día tenían que ir dos alumnos a las 8,30 horas, para encender la estufa. La leña y las cepas las tenían que llevar los padres y estaban en el piso de abajo de la vieja escuela, había que picarla y se apilaba debajo de la escalera. Años antes, se guardaban en la obra, que es donde José Antonio tuvo las yeguas y a donde los niños iban a jugar.

En los años cincuenta, las maestras vivían en casas del pueblo, con las familias de Román, Eliseo o Sofía, pues desde 1949 solo solían estar un año. A partir de 1970 se cerraron las escuelas de La Mata y de Pardesivil y las clases se impartían, a nivel comarcal, en la concentración escolar de La Vecilla. En el curso siguiente se cerraron las escuelas de Santa Colomba y de Barrillos.

La maestra del curso 1951-1952, Josefina Courel, recordaba en la revista "La Mata de Curueño, un pueblo que nos une":

Hice las oposiciones de magisterio en 1951 y me vi como interina en la escuela de La Mata, que quedaba algo lejos del Bierzo de donde yo procedía, para sustituir a un señor, al parecer casi ciego. Me orientaron que tomara el coche de línea hacia Vegas del Condado y creo que nos dejaba en Barrio. Desde allí andando 9 km. hasta La Mata. Al llegar me indicaron la casa de Román y Chon, donde había estado la maestra anterior. Una vez al mes iba a cobrar el sueldo a León andando 9 km. hasta el tren de La Vecilla.

 El edifico escolar era lo que llaman la Escuela vieja. Se accedía por una escalera interior de madera con una barandilla para evitar que se cayesen los niños. Hacia un lado estaba la mesa del maestro y en el otro los niños y las niñas, no más de veinticinco.

Empezábamos la jornada escolar con la señal de la cruz y rezando un avemaría, para pasar luego lista con el fin de señalar las faltas a clase. Durante el día se distribuía el tiempo para cada asignatura, que eran conceptos elementales, pero básicos y amplios; fácilmente se descubría la disposición de cada uno para las ciencias o para las letras. La enseñanza de la religión no se cuestionaba e incluso se explicaba el evangelio del domingo. Al final de clase se cantaba la tabla de multiplicar o alguna canción regional o religiosa. Las niñas solían hacer labores por la tarde dos días por semana y entretanto los niños hacían algún problema o lectura. Los jueves había vocación por la tarde.

Recuerdo al párroco D. Teodoro, tocaba al rosario hacia el oscurecer y mientras la gente se reunía daba catequesis a los niños. Un día de ayuno le vi en su casa con un caramelo en la boca, diciéndome que eso no quitaba el ayuno. También recuerdo la cantidad de agua que corría por medio del pueblo y los patos que se criaban. Y lo del “plantón”, que era la semilla de la remolacha y que los restos que quedaban en su recolección se daban a las vacas mezclado con paja y hacía que la leche fuera exquisita. Había una señora que hacía mantequilla, que venían a recoger desde La Vecilla.

La maestra del curso 1959-1960, Carmina Zapico, también recordaba:

Vivir en La Mata fue un lujo, uno de los mayores de la vida. La vida era tranquila y agradable. Vivía en casa de Eliseo y de Isidora, con los hijos que aún quedaban en el pueblo, me sentí una más de la familia. Tenía plaza en propiedad en La Mata y estuve año y medio, hasta que renuncié a la plaza. Transcurrían los días trabajando, charlando y pasando muy buenos ratos en casa de Angelines, donde solía acudir por las tardes D. Marcos, el párroco, para ver a tía Elisa. Por la noche, jugábamos una partidita a las cartas y después, nos sentábamos al calor de la chapa de la cocina.

Tengo presente aquella escuela, habilitada hoy como Teleclub, y en la que la cocina y una habitación estaban unidas para formar el aula; nuestro patio de recreo era la calle y en invierno se organizaban peleas con bolas de nieve. No faltaba ningún niño a clase, hasta los hermanos Panera que eran los que más lejos vivían y que a veces eran los primeros en llegar.

Y como no recordar a los niños que eran doce, aunque oscilaba el número porque se incorporaban el sobrino de D. Marcos y el de Angelines cuando pasaban temporadas en el pueblo. Los alumnos me parecían de los más inteligentes del mundo, ya que todas las carencias de material se suplían con buena voluntad y con gran entusiasmo: desde fabricar carteles o mapas hasta conseguir tener la escuela caliente, tarea ésta de la que se encargaba todos los días Eliseo, pues ni un solo día de invierno dejó de encender la cocina económica con la que nos calentábamos; también espalaba la nieve cuando caía en tal cantidad como para no poder llegar a la puerta de la escuela.

Por aquel entonces, se estrenó en el teatro Emperador de León, la película Los diez mandamientos y D. Marcos tuvo la idea de alquilar una furgoneta para llevar a verla a los niños mayores y también a algunos jóvenes.

Y muchos recuerdos más. Entre ellos la celebración de La Candelaria en Pardesivil en el mes de febrero. Todos los mozos y mozas del pueblo íbamos por la tarde al baile que se hacía en los bajos de la escuela; al volver, entrada la noche, nevado todo el paisaje y con luna llena, se podía contemplar el valle y el pueblo de La Mata, lo cual constituía uno de los paisajes más hermosos que he visto en mi vida.

También Ruperto Rodríguez Castro recuerda su paso por la escuela como alumno:

Mis años en la escuela se desarrollaron en los cincuenta. Se comenzaba a ir con seis años y se permanecía hasta los catorce, aunque algunos, como yo, nos íbamos antes para hacer estudios en otro lugar o les sacaban los padres para comenzar muy pronto la vida de trabajo ayudando en casa o haciendo de motril en otra.

Destaco algunas “historias” de mis pocos años en la escuela vieja y en la nueva, ya que me tocó estrenar la habitación que hizo de aula en la Casa del Maestro, que conocemos, ya restaurada, como Teleclub.

Los jueves dibujo. Como siempre se me dio bien el dibujo, el primer recuerdo es para la clase que sobre esta actividad nos daba D. Delfino, del que guardo un buen recuerdo, como del mejor de los maestros. Los jueves, al llegar a la escuela, tenía el encerado grande, que estaba en la pared al subir la escalera, lleno de dibujos que luego teníamos que intentar hacer. Con tizas de colores allí aparecían variedad de casas, castillos, paisajes, etc. según correspondiera. Me empeñaba en copiar lo mejor posible y disfrutaba de lo lindo guardando mis dibujos como algo que me gustaba mucho. Este afán me sirvió luego para mi actividad laboral. También recuerdo con agrado, las clases de caligrafía, por el esmero que nos hacía poner para copiar palabras y textos  con aquella letra “inglesa” que a tantos nos mejoraría la letra para nuestra escritura posterior.

Hoy, sin comer. Así nos castigó un día Dª Sebastiana, en 1952,  cuando yo tendría unos diez años, sería por no saber la lección. Así que se fueron todos a comer y nosotros a ver la forma de escaparnos. Había en el exterior de una de las ventanas, como dos salientes de madera en forma de estaca y aferrándonos fuerte con las manos, saltamos como unos tres metros. Luego, a comer corriendo y volver a estar dentro, para cuando volviera la maestra. Alguien que no recuerdo bien (quizás Gaspar) acercó una escalera por la cual subimos. Cuando llegó Dª Sebastiana nos perdonó y nos dejó “ir a comer”. Por supuesto que nos fuimos, no a comer, claro, sino para hacer tiempo y volver antes de iniciar la clase de la tarde.

Recreos. Teníamos tan solo un recreo a media mañana, ya que por la tarde los juegos los hacíamos al salir de clase y antes de irnos para casa. Nuestro lugar era la Plazuela donde se sucedían, a lo largo del año, los diversos juegos de “temporada”.

Juegos. Recuerdo el de “los cartones”. Nos hacíamos, como podíamos, con los billetes del tren minero o de La Vecilla e, incansables y con ganas, tirábamos contra la pared para ver quien los dejaba más cerca y ganaba, aumentado la colección propia. El calvo nos apasionaba, así como el marro y algunos más. En los largos y duros inviernos “el resbalete” por el hielo y barro helados era lo nuestro. Por la tarde, nos íbamos a las Colineras y utilizando sacos, nos tirábamos una y otra vez por aquellas laderas heladas. No nos hacían falta los trineos de ahora.

Titiriteros. En ocasiones, una o dos veces por año, venía un grupo de titiriteros para representar ante niños y mayores su repertorio. Así que en la planta baja de la escuela, que hacía de bodega, carbonera y más, nos sentábamos en el suelo que era de tierra, bien apretados, y asistíamos, asombrados, al ensueño de las obras de teatro y de juegos que llevaban nuestra imaginación a lugares alejados de nuestro pueblo.

Comer algarrobas. Alguna vez se presentaron en el pueblo un grupo de militares que conducían mulos y debían hacer prácticas de rastreo o de vigilancia por los alrededores o algo así. Estaban diez o doce días ocupando la Plazuela del pueblo, dormían en pajares de las casas próximas y a los animales los ataban enfrente de la escuela. Lo que más disfrutábamos de la novedad, era que los soldados nos daban a comer algunas algarrobas que traían como alimento de los animales. Como eran de sabor dulce, nos suponía una buena aventura.

Con la regla en los dedos. Tengo buenos recuerdos de los maestros y maestras que tuve, pero de uno de ellos, que estuvo poco tiempo como sustituyendo a otro maestro, me viene a la memoria el daño que nos hacía cuando nos pegaba en los dedos de la mano con la regla, aun siendo muy pequeños. Ese dolor en las manos lo recuerdo muy vivo cuando pienso en aquellos años que, en general, fueron muy felices para gran mayoría.

Existe un Registro de Cartillas de Escolaridad de la Escuela Nacional Mixta de la Mata de Curueño, que solamente tiene formalizada una página. Como testimonio de la misma y para promover la memoria de quienes aparecen en ella, relacionamos el alumnado que se cita:

 Cursos 1953-1957

Elisardo Cuesta Bayón. Ángel Fernández García. Mª Jesús Fernández García (Baja por ingreso en instituto 10-7-1956). Natividad Fernández García. Gaspar García Castro (Terminó el 10-7-1957). Pedro García Cuesta. Carmen García Gafo. Donato Panera García (Terminó el 10-7-1957). Jesús Panera García. Ruperto Rodríguez Castro (Terminó el 10-7-1957). Elvira González. Jerónimo Valladares Castro. Mª del Rosario Fernández García. Mª Begoña García Cuesta. Otilia Cuesta Bayón. Amparo Valladares Castro

Cursos 1967-1970

Mª Jesús Álvarez Castañón (terminó el 11-6-1969), José Luis Álvarez Castañón y María Antonia Álvarez Castañón; José Luis Cuesta Bayón (terminó el 10-7-1967) y Mª Antonia Cuesta Bayón; Mª de los Ángeles González Bayón y Teodoro González Bayón (terminó el 30-6-1970); Mª del Pilar González Fernández; Ignacio Pérez Ugidos (terminó el 10-7-1968), José Manuel Pérez Ugidos (terminó el 30-6-1970) y Evaristo Pérez Ugidos; Antonio Rodríguez Sierra (baja a León 25-3-1968) y Mª Nieves Rodríguez Sierra (baja a León 25-3-1968); Rosa Mª Sierra Orejas (terminó el 10-7-1968), Milagros Sierra Orejas (baja para León 1-9-1969) y Camino Sierra Orejas (baja para León 1-9-1969); Mª Ángeles Getino Bayón y Mª Engracia Llamera Díez.

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