Balnearios y aguas termales en León
La presencia de manantiales de aguas calientes, ligados en muchos casos a propiedades curativas como consecuencia de las altas mineralizaciones que poseen sus aguas, es conocida en León desde tiempos inmemoriales. Tanto es así que la provincia llegó a albergar hasta una vientena de balnearios en el siglo XIX de los que tan sólo se conserva en activo el de Caldas de Luna, con un complejo hotelero de referencia y con modernas y renovadas instalaciones de balneoterapia. Sus aguas minero-medicinales surgen a una temperatura de 28,5 grados de los manantiales de Fuencaliente en la Villa de Caldas de Luna. Declaradas de utilidad pública por Real Orden de 28 de Mayo de 1917, están clasificadas como bicarbonatadas, sulfatadas, cálcicas, calicatadas y magnésicas, y por lo tanto indicadas para tratamientos traumatológicos, respiratorios, digestivos, nerviosos, renales y de piel.
También destinado al baño, aunque con la solicitud de declaración de agua natural, minero-medicinal y termal todavía en curso, están las caldas de Getino, en Cármenes. Se trata de un complejo habilitado por el Ayuntamiento con acceso libre y gratuito donde se pueden disfrutar de aguas que siempre emanan a una temperatura media de 26 o 27 grados, con un alto contenido en minerales, lo que las hacen excelentes para la piel y para el reuma.
La Ley de Minas 22/1973 de 21 de julio, define en su artículo 23, apartado 2, que «son aguas termales aquellas cuya temperatura de surgencia sea superior en 4 grados centígrados a la media anual del lugar donde alumbren». Además dicha legislación ofrece cobertura legal para dichas aguas y para su explotación.
También destinado al baño, aunque con la solicitud de declaración de agua natural, minero-medicinal y termal todavía en curso, están las caldas de Getino, en Cármenes. Se trata de un complejo habilitado por el Ayuntamiento con acceso libre y gratuito donde se pueden disfrutar de aguas que siempre emanan a una temperatura media de 26 o 27 grados, con un alto contenido en minerales, lo que las hacen excelentes para la piel y para el reuma.
La Ley de Minas 22/1973 de 21 de julio, define en su artículo 23, apartado 2, que «son aguas termales aquellas cuya temperatura de surgencia sea superior en 4 grados centígrados a la media anual del lugar donde alumbren». Además dicha legislación ofrece cobertura legal para dichas aguas y para su explotación.
Según relata Wenceslao Álvarez Oblanca en su libro Historia de los Balnearios de la Provincia de León, uno de los pocos trabajos documentales que existen sobre las infraestructuras termales, en el siglo XIX estos centros de salud y descanso se convirtieron en todo un fenómeno social, que no solo logro atraía a la burguesía leonesa, sino que movilizó a las gentes de condición modesta del campo o de los barrios de la capital, que acudían en masa a estas instalaciones, y se alojaban en las casas de los vecinos del pueblo y hasta en los pajares, llevando incluso su propia comida. Este hecho provocó la masificación de los balnearios leoneses, que pronto cayeron en la precariedad, y se alejaron del lujo y las comodidades que se ofrecía en otros centros cercanos como en el Corconte, en Ledesma (Burgos), el de Mondariz, en Galicia, el de las Caldas del Oviedo o el famoso Puente Viesgo, en Cantabria.
Pero lo que siempre ha sido un hecho indiscutibles en la calidad y cualidades de las aguas de la provincia, que durante años dieron renombre a balnearios como el de las Caldas de San Adrián, en La Losilla (Vegaquemada), declarado de utilidad pública en 1917. El agua de sus tres manantiales emana a 31 grados, y los análisis realizados desvelaron que su alto contenido en bicarbonato cálcico las hacía muy recomendadas para tratar enfermedades reumáticas, renales y digestivas. Las caldas alcanzarían su máximo apogeo en 1940, por lo que tuvo se que ampliar el edificio. Incluso se llegó a proyectar una planta de envaso que nunca se llegó a realizar.
Otro de los balnearios más destacados fue el de Boñar, con un imponente edificio de tres plantas, se convirtió en uno de los mejores centros para renovar energías y restaurar agotamientos. Sus aguas, que emanaban a 26 grados, y que se conocían en la zona como «el hervidero», estaban recomendadas para afecciones respiratorias, reuma, artritis y dermatitis. Su fama se extendió por toda la provincia lo que le convirtió en el balneario favorito de las clases altas de León. Después de la Guerra Civil cayó en decadencia, y finalmente cerró en 1960.
Las Caldeas de Nocedo, ubicadas a orillas del Curueño, en Valdepiélago, datan como balneario del año 1900 metros cuando se construyo un hotel. Sus aguas emanan a 32 grados, y su incomparable marco, entre las montañas, lo hacían ideal para el descanso y la relajación. Llegó a tener 65 camas, habitaciones con baños, amplios salones y grandes comodidades para la época. Durante la guerra de 1936 fue saqueado y incendiado, lo que obligo a su restauración integral en 1941. Su aguas oligo-mineralizadas, bicarbonadas mixtas, nitrogenadas y radiactivas, estaban indicadas para todas enfermedades reumáticas, con acción sobre el aparato respiratorio en casos del bronquitis, asma y catarros, y con efectos beneficiosos para el estómago, intestinos e hígado.
El de Villanueva de la Tercia, en Villamanín, fue uno de los más afamados de la provincia. Descubierto en 1845. Sus aguas emanan a 37 grados, y son muy ricas en biocarbonato-cálcico y son muy radiactivas, por lo que son indicadas para el reumatismo, artritis, hipertensión o colitis crónica. En 1928 las aguas fueron declaradas de utilidad pública, y años más tarde el edificio se fue abajo por los bombardeos de la Guerra Civil. En la actualidad permanece cerrado, al no poder ser atendido.
Pero estos no fueron los únicos. La lista de balnearios a lo largo de la provincia es muy larga. Ponferrada, Morgovejo, Llánaves de la Reina, Gete, Morla o Paradosolana han sido quizas menos conocidos que los anteriores, aunque todos han tenido el mismo final. El abandono y la ruina llevaron al cierre de todos ellos, pero no de sus aguas que siguen emanando salud.
Pero lo que siempre ha sido un hecho indiscutibles en la calidad y cualidades de las aguas de la provincia, que durante años dieron renombre a balnearios como el de las Caldas de San Adrián, en La Losilla (Vegaquemada), declarado de utilidad pública en 1917. El agua de sus tres manantiales emana a 31 grados, y los análisis realizados desvelaron que su alto contenido en bicarbonato cálcico las hacía muy recomendadas para tratar enfermedades reumáticas, renales y digestivas. Las caldas alcanzarían su máximo apogeo en 1940, por lo que tuvo se que ampliar el edificio. Incluso se llegó a proyectar una planta de envaso que nunca se llegó a realizar.
Otro de los balnearios más destacados fue el de Boñar, con un imponente edificio de tres plantas, se convirtió en uno de los mejores centros para renovar energías y restaurar agotamientos. Sus aguas, que emanaban a 26 grados, y que se conocían en la zona como «el hervidero», estaban recomendadas para afecciones respiratorias, reuma, artritis y dermatitis. Su fama se extendió por toda la provincia lo que le convirtió en el balneario favorito de las clases altas de León. Después de la Guerra Civil cayó en decadencia, y finalmente cerró en 1960.
Las Caldeas de Nocedo, ubicadas a orillas del Curueño, en Valdepiélago, datan como balneario del año 1900 metros cuando se construyo un hotel. Sus aguas emanan a 32 grados, y su incomparable marco, entre las montañas, lo hacían ideal para el descanso y la relajación. Llegó a tener 65 camas, habitaciones con baños, amplios salones y grandes comodidades para la época. Durante la guerra de 1936 fue saqueado y incendiado, lo que obligo a su restauración integral en 1941. Su aguas oligo-mineralizadas, bicarbonadas mixtas, nitrogenadas y radiactivas, estaban indicadas para todas enfermedades reumáticas, con acción sobre el aparato respiratorio en casos del bronquitis, asma y catarros, y con efectos beneficiosos para el estómago, intestinos e hígado.
El de Villanueva de la Tercia, en Villamanín, fue uno de los más afamados de la provincia. Descubierto en 1845. Sus aguas emanan a 37 grados, y son muy ricas en biocarbonato-cálcico y son muy radiactivas, por lo que son indicadas para el reumatismo, artritis, hipertensión o colitis crónica. En 1928 las aguas fueron declaradas de utilidad pública, y años más tarde el edificio se fue abajo por los bombardeos de la Guerra Civil. En la actualidad permanece cerrado, al no poder ser atendido.
Pero estos no fueron los únicos. La lista de balnearios a lo largo de la provincia es muy larga. Ponferrada, Morgovejo, Llánaves de la Reina, Gete, Morla o Paradosolana han sido quizas menos conocidos que los anteriores, aunque todos han tenido el mismo final. El abandono y la ruina llevaron al cierre de todos ellos, pero no de sus aguas que siguen emanando salud.
Diario de León. MARÍA CARNERO | LEÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario