"Ojalá el río del olvido fuera el del recuerdo", por Marina Díez
Ermita de San Roque, en Sopeña
Marina Díez Fernández publica en la sección "Senderos a lo alto" de "Diario de Valderrueda" un muy interesante documento sobre Sopeña de Curueño que reproducimos a continuación:
Con
la de palabras que se han escrito sobre el valle del Curueño en ficción y que
pesen más en él el abandono de los historiadores, que sus páginas escritas
sobre el mismo, me abruma. Cuando el Instituto Leonés de Cultura se puso en
contacto conmigo para escribir sobre cultura leonesa, se encendió una bombilla
en mi mente y los recuerdos de niña paseando con mi abuelo y los mayores de la
zona, me hizo entender que la tradición oral, contrastada con documentación
antigua, bien pueden ser valorados como cultura.
Intentaré poner orden
temporal en el desorden de mis recuerdos para ayudaros a situar la historia que
León pierde tangiblemente con el paso del tiempo, en concreto, la de mi pueblo:
Sopeña de Curueño.
Si algo nos caracteriza a
los leoneses, es el recelo a preservar nuestras “cosinas” para nosotros, como
es el caso de donde se encuentran localizadas las cuevas de La Abadesa y de La
Rosal, posibles enclaves prehistóricos, como las cuantiosas cuevas existentes
en las montañas leonesas de Curueño, Riaño, Porma, Torío, Bernesga, Luna y Sil,
en la vertiente sur de la Cordillera Cantábrica. Numerosos estudios nos llevan
a pensar en la existencia, dentro de las mismas, de santuarios y estaciones
habitadas por el hombre prehistórico. El nombre de La Abadesa, según Pedro
Alba, proviene de un monasterio medieval femenino erigido en las proximidades
de la misma y dedicado a San Pelayo, que posteriormente fue agregado al de
Valdedios (Asturias) por Alfonso IX, al igual que otras tierras de Boñar y de
La Mata de la Riba.
La gente de Sopeña las
conoce por la tradición oral, nuestras familias nos han llevado durante
generaciones a recorrerlas. A la cueva de La Abadesa se accede por un pequeño
orificio, descendiendo unos cuatro metros en vertical, se accede a un pasillo
que bien podría ser el de un hogar cualquiera, de unos quince metros de largo y
seis de alto, en sus laterales hay una especie de bancos tallados en la piedra
y múltiples cuevas saliendo del pasillo. Desconocemos la época de que datan los
bancos, los lugareños no se ponen de acuerdo en si eran viviendas de
antepasados, o si por el contrario los utilizaron durante la Guerra Civil como
escondites donde guarecerse o fue cosa de Moisés el ermitaño, ya que al no
haber estudios sobre estas zonas todo lo que os pueda explicar carece de rigor
científico, más allá del nombre de las mismas y que es de origen kárstico con
estalactitas y estalagmitas.
Dando un salto en el
tiempo, la primera cita del Monasterio de Santa María de Curueño aparece en el
“Becerro General de Sahagún”, que se conserva en el Archivo Histórico de la
Biblioteca Nacional, un documento que dicta así:
“Año
980, abril 20.- Las monjas de San Andrés de León conmutan con el Monasterio de
Sahagún una heredad que tenían en Villar, junto al Cea, por otra heredad que
los monjes les entregan en Curonio, Iglesia de Santa María”.
Por lo tanto y teniendo en
cuenta las guerras en la zona entre cántabros y astures, con el ejército del
emperador romano Augusto, entre los años 29 y 19 a.c. y la posterior
repoblación de las mismas, no podemos datar con exactitud la fundación de
Sopeña de Curueño. Aún se conservan algunos vestigios de las calzadas romanas
en la ribera, que ayudan a percibir por dónde se situaban los pueblos, incluso
puentes, sin duda el mejor conservado es el de Nocedo de Curueño.
Posteriormente, ya en otro
documento datado del año 1010, aparece: “el presbítero Bellito vende a
Doña Sallo las tercias que le correspondían en la mitad de la dehesa que tenía
con Fernando, situada en Sub-penna. El precio fue de tres arienzos”.
Estas son las primeras
documentaciones, pertenecientes a Santa María, situada en el mismo lugar que la
actual iglesia de la Natividad de Sopeña de Curueño; y a Sub-Penna,
relativamente, situada en lo que hoy es la parte norte del pueblo y separada de
la iglesia de Santa María por el río. Según explica Isidro González en un texto
en el boletín “La Voz de Sopeña”, la llegada en aquella época de un abad (Don
Miguel) y sus monjes al pueblo significó la edificación del monasterio y el
cultivo de los campos aledaños. Los habitantes recién llegados hicieron sus
viviendas con cantos rodados, toscamente tallados y con adobes.
En el siglo XII, el
arciprestado del Curueño se componía de cuarenta y cuatro pueblos, entre ellos:
Santa María de Coronio (Sopeña), Santa Marina de Bustifel y San Feliz de
Coronio. En las donaciones a Santa María, dependiente del monasterio de
Sahagún, además de estos pueblos, citan lugares como Caraveio de Coronio, en el
valle de Cuiciello o el Castillo de San Salvador en Santa Colomba de Curueño. De San Feliz poco se
conoce, se pueden ver aún algunos restos frente al pueblo de la Cándana.
En cuanto a Santa Marina de
Bustifel, aunque Wenceslado Fernández Flórez escribe que es un pueblo sin
localizar, la realidad es que en el valle de Ciñera, existe un pequeño valle
que se llama “de Bustifel”, en su parte alta hay montones de piedra y restos
del poblado. Según la tradición oral, la población murió envenenada por un
amasado de pan, se dice que las campanas de su iglesia están en el pueblo de
Palazuelo de la Valcueva. Según me explicaba en su día mi abuelo, en la
amortización de Mendizábal, sus tierras se repartieron entre la Cándana y
Sopeña.
Bajando de Santa Marina
hacia Sopeña, en el camino del valle de Ciñera se encuentran restos de la
Ermita de San Adriano, las tallas de los santos aún se conservan en la Cándana.
En los alrededores de la ermita hay múltiples tumbas, excavadas en la tierra y
tapadas por losas planas de piedra. Ya en 1892 figura como arruinada.
Llegando a la actual
carretera de Sopeña está la ermita de San Roque, existen documentos que la
datan entre 1760 y 1780, cuando Francisco Bayón González y sus descendientes la
fundaron “al lado del camino nuevo”, en nombre del santo y en honor a Francisco
el capellán de la primera capilla erigida a San Roque, dentro de la actual
iglesia del pueblo. Cuando en 1787 se prohibió el enterramiento dentro de las
iglesias, prohibición que se reiteró en varias ocasiones por no ser acatada,
dio lugar a que en la primera mitad de 1833 se utilizara la ermita de San Roque
como cementerio, mientras se terminaba de construir el primer cementerio del
pueblo, en La Panera. A finales de ese mismo año, lo que dota a la misma de un
aire fantasmagórico, entre las historias que de ella se cuentan y los vestidos
de los niños fallecidos en el pueblo, que están colgados en su pared a modo de
ofrendas, si te asomas por el ventanuco para observar cómo es por dentro, se te
pone la piel de gallina.
Otra
de las numerosas ermitas desaparecidas en la zona fue “La Soledad”, documentada
en 1759, se encontraba en la Cuesta, de niña recuerdo ver restos de sus piedras
en fila, mientras subía caminando a los pinos con otros tantos niños del
pueblo. Actualmente no queda nada de ella, el deterioro de la zona los ha
tapado, cerca sí podréis disfrutar de un banco de piedra, construido hace un
par de años, con las mejores vistas del pueblo.
Existe un mapa en el
Ministerio de Educación y Cultura, en el archivo de la Real Chancillería de
Valladolid Planos y Dibujos 619, donde podemos ver a “vista de ojos” las
diferentes zonas que os he ido pincelando, que fue creado con motivo de los
diversos litigios que comenzaron en 1520 por los límites de Carabedo (Caraveio)
y Bustifel, entre otros.
Del pueblo de Caraveio se
conservan numerosos restos, según accedemos al valle de Cuiciello (Caraveio), a
pocos metros a la izquierda podemos observar los restos de un posible castro
celta (siete edificaciones circulares). Tanto mi padre, como generaciones
anteriores dicen haber excavado y encontrado numerosas cerámicas y útiles que
en su día decidieron volver a dejar tal cual las encontraron por sentir que eran
de sus ancestros. Si accedemos nuevamente a los documentos del Becerro General
de Sahagún, conservado en la Biblioteca Nacional 24 de noviembre de 1044,
podremos leer: “Vermudo Velaz adquiere una propiedad delimitada, entre otros,
por los términos de Caraveio de Curueño y los ríos Porma y Curueño”. Su
desaparición, en este caso es anterior al siglo XIV, pues ya no se le cita ni
como despoblado, pero es cierto que es uno de los que más vestigios conservan a
simple vista. El caso es que se mezclan las fechas e historias, recuerdo a
Laureano contándonos a los más jóvenes la historia de Moisés el ermitaño, que
vivía en la cueva de La Abadesa, en pleno valle de Cuiciello. Todos en Sopeña
tenían la vaga idea de que vivía desde siempre en el valle, en donde también
desde siempre se había oído decir que había habido un pueblo, abandonado desde
muy antiguo y nacido al abrigo de un monasterio de cenobitas (se ven restos de
sus piedras en el valle). Laureano recordaba que, algunas tardes, Moisés los
esperaba a la salida de la escuela y todos los rapaces, con la pizarra y la
Enciclopedia debajo del brazo, le acompañaban hasta el plantío de la orilla del
río, en donde hacían un corro sentados en el suelo para oír las narraciones e
historias que les contaba. También les decía, señalando sus libros: "Aprended,
si os parece, lo que os enseñan, pero sin olvidar que todo lo que ahí se dice
es un legado de vuestros mayores, que han llegado hasta vosotros por medio de
una cadena de conocimientos, muchos de cuyos eslabones han quedado enterrados y
a vosotros os toca desenterrarlos, limpiarlos y volver a engancharlos en la
cadena".
Los datos y citas recogidos en
este artículo proceden de artículos publicados por varios autores en el Boletín
Cultural "La voz de sopeña".
Fotografía: David Díez
Cortijo
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