30 de septiembre de 2019
Los pueblos en León por San Froilán
Nuestros vecinos de Pardesivil presentes un año más en el desfile de pendones
San Froilán se celebra en la capital el domingo anterior al 5 de octubre y la gente de los pueblos nos desplazamos a León para mostrar que aún estamos orgullosos de nuestras tradiciones, como son el desfile de pendones y los carros engalanados.
Interesantes fotos de podían obtener con la fuente
Otra vez los de Pardesivil
21 de septiembre de 2019
Suspendido el corro de La Mata por mal tiempo
El corro de aluches que estaba previsto celebrar hoy sábado 21 de septiembre a las 17 horas en La Mata de Curueño ha quedado suspendido oficialmente debido a las inclemencias del tiempo.
Este corro ya había tenido que aplazarse el 25 de agosto.
Ante las adversidades atmosféricas ¿qué vamos a hacer? ¡Que haya salud!
20 de septiembre de 2019
Corro de aluches en La Mata
Este sábado, 21 de septiembre, a las cinco de la tarde está previsto celebrar el corro de aluches que se suspendió el pasado 25 de agosto. ¡A ver si hay suerte!.
La Mata de Curueño tiene el honor de ser el corro de lucha leonesa que más años lleva celebrándose, después del de Prioro ¡y eso que somos un pueblo bien pequeñito!
La Mata de Curueño tiene el honor de ser el corro de lucha leonesa que más años lleva celebrándose, después del de Prioro ¡y eso que somos un pueblo bien pequeñito!
17 de septiembre de 2019
La osezna 'Saba', trasladada a Valsemana
La cría de oso pardo cantábrico recogida en mayo cerca del cercado de Proaza fue trasladada este lunes a un recinto en semilibertad en el monte de Valsemana, en León. Desde el pasado mes de junio el ejemplar se encontraba en el Centro de Recuperación de la Fauna Silvestre del municipio cántabro de Villaescusa, de Cantabria.
Según ha informado el Ejecutivo asturiano, los equipos técnicos y veterinarios del Principado, el Gobierno de Cantabria y la Junta de Castilla y León, con el apoyo del Ministerio para la Transición Ecológica, han consensuado el traslado de la osa al recinto leonés, una vez superado el cuadro neurológico que padecía y tras someterla a un chequeo exhaustivo. Las instalaciones de Valsemana facilitarán la aclimatación del animal al medio natural de forma previa a su reintroducción, dado que están aisladas, son amplias y cuentan con un adecuado enriquecimiento ambiental.
El animal, encontrado huérfano en el municipio de Santo Adriano, fue recogido en las inmediaciones del cercado osero de Proaza. Padecía desnutrición, deshidratación y alteraciones neurológicas, por lo que fue enviado a un centro veterinario para estabilizarla. Tras experimentar una leve mejoría, se acordó su traslado al Centro de Recuperación de la Fauna Silvestre, en Cantabria, unas instalaciones específicas para el tratamiento de osos pardos. Durante los tres meses que ha permanecido allí ha estado permanentemente bajo control especializado, aunque sin contacto visual con sus cuidadores, y ha alcanzado un desarrollo óptimo, hasta llegar a los 23 kilogramos de peso.
13 de septiembre de 2019
Un cuento de libros y trincheras - Francisco Panera
El matense Francisco Panera ha publicado en su página web una interesante historia que nos permitimos reproducir:
Es
originario de aquellos lugares, y varias veces nos hemos cruzado. Alguna vez
con su coche, cuando transito en bicicleta por las “Hoces”, un desfiladero que por el
sinuoso discurrir de su camino paralelo al río, recibe con total merecimiento
ese nombre.
Otras,
el encuentro sucedía en un bar, al que el escritor acudía a comprar prensa, a
tomarse algo a media mañana, y yo, normalmente con ganas de recuperar las
calorías absurdamente perdidas después de casi subir en bici el puerto de
Vegarada y bajarlo, paraba en la misma tasca a olvidarme de mi fiebre
deportiva, reconciliándome conmigo mismo, tomándome una caña.
O
también podía ser en otros sitios por la zona, ¡que se yo!, pero todas esas
coincidencias tenían algo en común: nunca me dio por comentarle nada.
No
es por vergüenza, tampoco por molestar, solo que veía un poco forzada la
escena.
Así
que uno de esos veranos pasados, después de leer una de sus novelas, “La lluvia amarilla”, dejé el
ejemplar en la guantera del coche. Me dije que como o le veía cuando andaba en
bici, o también, cuando me desplazaba con el coche por las cercanías, a donde
fuese, ya se daría la ocasión de entablar conversación, con la excusa de una
dedicatoria.
Y
ahí se quedó la novela, en la guantera del coche por unos cuantos años. Que digo
que no es que dejase de encontrarme con el sujeto, solo es que cuando lo hacía,
o era otra vez desde la bici, o el coche pillaba a desmano.
Pero
ocurrió que finalmente el encuentro se dio, y tuvo algo de divertido.
Allá
por 2013, Llamazares presentaba en la librería Elkar de la calle Licenciado
Poza, en Bilbao, su última novela, Las lágrimas de San Lorenzo, y yo había acudido a la presentación
con varias ideas claras.
La
primera por escuchar a un escritor al que sigo, admiro por su obra y por
supuesto que por aprender. Hacía un año que había publicado mi primera
novela, El sueño de Akala y había que ir
cogiendo tablas por si repetía experiencia en el futuro.
Otra
era que aprovechando el cumpleaños de una de mis hermanas, le iba a regalar la
novela dedicada por el autor.
Y
otra más, que en realidad era la que más me coartaba, era obsequiar a Julio
Llamazares con mi novela, el primer trabajo publicado de uno de sus lectores.
Una obra que nada tiene que ver con la temática que él refleja en sus libros,
ni por supuesto con el estilo que emplea. Un relato, al fin y al cabo, que
quizás no fuese de su interés, ¡que se yo!
Después
de ahondar en el sentido de su obra, de su última novela, después de estar él
solo, hablando y hablando en aquel encuentro con su público, contando cosas
interesantes sin que nadie le echase un capote, dándole pie a ir tocando
distintos palos, con la ayuda de preguntas (¿qué os decía de las tablas?),
llegó casi al final de la presentación, un turno de preguntas de los asistentes
y ahí, no recuerdo bien como empezó, se puso a contar una anécdota que yo
conocía.
Ya
decía antes que habíamos coincidido bastantes veces. Sí, eso había dicho.
La
cosa giraba en torno a cómo se tomaba él mismo, el asunto de ser conocido, las
peticiones de dedicatorias o autógrafos inesperados. Alguien le había
preguntado sobre ello, asunto que se salía claramente de los temas
estrictamente literarios o novelescos, sobre los que había estado charlando.
Llamazares
respondió amablemente asegurando que para nada le incomodaba el hecho en sí de
atender o conversar con un desconocido “quien sí te conoce”. Lo
desagradable podía surgir a veces, por la manera de ser de algunas personas.
“Esto es como cuando estás
sentado en la terraza del Bar Orejas, en La Vecilla, un pueblo de
León. Estás tranquilo, tomándote un café, leyendo el periódico, y se te planta
al lado una señora, que termina por tirarte el café pues insiste en
llevarse tu firma a cualquier precio. Donde sea. No en una
dedicatoria en uno de tus libros, que podría parecer lo
lógico, que va, quiere solo tu firma, por ejemplo en un trozo de
página del periódico que lees.”
Digamos
que he parafraseado mas o menos lo que dijo entonces el escritor, mas que por
acordarme como lo hizo, porque yo había asistido casualmente a esa misma escena
el verano anterior.
Fue
que a la vuelta de uno de mis paseos en bici, 50 o 60 kilómetros mas o menos,
(que para ser con mi vieja bicicleta de montaña, aunque ligeramente retocada
para transitar cómodo por carreteras, no está mal, me parece), me detuve como
suelo hacer cuando tomo esa ruta en dirección al puerto de Vegarada, rayando
con Asturias, en el Bar Orejas, de La Vecilla. Desde ahí a a terminar la ruta
en casa, me restan algo menos de diez kilómetros. Kilómetros que se me suelen
“amontonar” después de que mi sufrido organismo se premie por el esfuerzo con
una jarrita de cerveza, o si acaso, y si estoy muy tiquismiquis con la
hidratación deportiva y tal, con un aquarius.
Aunque
casi que igual es un poco mentira, que eso, lo del aquarius lo habré hecho dos
o tres veces en mi vida. Que si no me trinco una birra me pido una coca cola,
que todo ese exceso de azúcar que contiene camuflada (¿cómo lo hacen?) me
sienta de cine.
Pues
ahí estaba, reposando en una silla de la terraza del bar a la fresca sombra de
los árboles. Que aunque en agosto por esa zona, el sol casca con fuerza, lo
hace mas tarde, y ese sol de media mañana yo, aún somos amigos. Frente a mí en
otra mesa, está sentado Llamazares tomando un café y ojeando un periódico.
Y
yo a lo mío, a mi trago, valorando lo curioso de la situación de coincidir año
tras año y por los mismos lugares con un autor al que leo y disfruto.
Él,
estaba a lo suyo, y yo claro, yo no tenía a mano el libro que llevo en la
guantera del coche. Igual es que me como mucho la cabeza a veces, si.
En
esto que se le acerca una señora que se ha levantado desde otra mesa de la
terraza.
-Hola,
¿usted es escritor?
-Hola,
pues si señora.
-¡Ay!,
pues écheme una firma.
-¿Cómo
una firma? ¿donde?
-Que
mas dará, ¡aquí mismo!
La
señora, decidida, arranca un trozo de la página del periódico que el escritor
estaba leyendo, y con la brusquedad de sus movimientos del periódico,
termina por derramar el café que el hombre tenía en la mesa.
Obviamente,
este se mosquea. Le pregunta a la mujer, que si acaso sabe quien es él, que qué
hace, que si conoce su nombre. Tiene serias dudas de ella que sepa quien es, y
yo al ver la escena también. En tal caso ¿qué sentido tiene una firma?
Y
si, parece claro que la mujer no tiene ni idea, ni de cómo se llama ese tipo,
ni que hace. Bueno, parece que escribe, si. Debió ser, por los gestos que cruza
con quien estaba sentado a su lado, que le ha dicho que aquel tipo era
escritor, y ella no necesita mucho mas. Solo quiere llevarse su firma, eso le
dice al autor. Y que venga, que la firma, que ahí mismo, en ese trozo de papel,
que es para su hija, que lee muchos libros, y sí, que ya sabrá ella quien es.
Finalmente,
Llamazares se rinde y consiente en firmarle el papelucho, pero antes de hacerlo
han estado los dos un rato porfiando, porque la señora se plantaba a su lado de
brazos cruzados, sin ánimo de retirarse hasta cobrar su pieza.
Regresando
de nuevo a la presentación de Bilbao, me fui rezagando hasta quedar el último
en la fila de los que le solicitaban una dedicatoria en su nueva novela. Cuando
tocó mi turno, y después de dedicar su relato a mi hermana, se quedó mirandome
con aire de duda.
-Yo,
¿te conozco?
-Nos
hemos visto bastantes veces, pero nunca hemos hablado. Normalmente por el Bar
Orejas, cuando paras por allí a comprar prensa o tomar algo. Te he visto alguna
vez, pero es raro que tú te acuerdes, porque suelo estar con un maillot
ciclista, un coulotte, casco…
-Puede
ser, igual si. ¿ Y vas mucho por aquella zona?
-A
una casa familiar, de veraneo, en otro pueblo.
-Yo
también tengo casa por allí, y me acerco algunas veces desde Madrid.
-Ya,
la cosa es que lo que has contado de la señora… fue este verano. Estaba esa
mañana sentado en otra mesa de la terraza.
Llamazares
asintió. Durante la exposición de aquel episodio, en dos o tres ocasiones
cruzamos la mirada, y me parecía tan extraño que reparase en aquello, que me
dio por pensar “este me ha conocido”.
Supongo
que todo fue una casualidad.
Pero
bueno, ya a la hora de marcharme eché mano de un bolso y saqué una novela que
llevaba expresamente para la ocasión.
-Verás,
además de leerte y disfrutar con tus novelas, (algo así diría…) yo también
escribo. El año pasado publiqué una novela y si te parece quería regalártela.
Luego
le expliqué un poco su argumento, me dio las gracias y dijo que la leería.
-Veremos
si es de tu gusto. En realidad no tiene nada que ver con lo que haces.
-Eso
da igual, yo leo de todo.
Después
nos despedimos, deseándonos suerte.
La
cosa podía haber quedado ahí. De hecho se había quedado ahí, porque aunque
seguí viéndole los años siguientes, ya no era en los veranos en aquel bar, que
había cerrado, si no de pasada cuando nos cruzábamos, él en su coche y yo en mi
bici, por aquella estrecha y serpenteante carretera.
A
todo esto, he de decir que no es que conociese su coche, era simplemente que
reconocía la cara del conductor. Puede ser porque pasan pocos coches por la
zona, o puede ser, que de nuevo se trate de casualidades.
Y
decía que el asunto se había quedado ahí… hasta hace justo una semana.
Y
ahora me arranco con otra historia, que aunque parezca que nada tiene que ver,
puede que a su discurrir, sí que lo tenga.
Las
vacaciones de este verano ya se me habían acabado, pero aún me quedaban cuatro
días por disfrutar a primeros de septiembre.
La
semana pasada, en compañía del menor de mis hijos, subí hasta un paraje, en la
vertiente sur de la cordillera cantábrica, donde se alzan los primeros montes
que le dan forma de cadena montañosa. Caminamos hasta unos peñascos que por la
zona llaman Peña Morquera.
Ascensión
por una senda bien empinada, para alcanzar un collado que da paso a otros
espacios, valles maravillosos, escondidos y ante los que siempre, me es
imposible serenar el ansia por capturarlos en fotos primero, y en clavármelos
en las retinas después, sin prisa por seguir con la marcha.
Pero
no era ese día el paisaje el objeto de la marcha. Peña Morquera, alberga un
conjunto de trincheras, parapetos, bunkers excavados en la roca, y otras
defensas, que sirvieron desde el verano de 1936 hasta bien entrado el otoño de
1937, para frenar el avance de las tropas fascistas, en su empeño por invadir
el norte peninsular.
Si,
la guerra civil ha dejado muchas huellas aún visibles en muchos lugares y
también lo hizo a lo largo de toda la cordillera cantábrica. Las montañas, al
menos en las guerras de antes, eran una buena defensa natural u obstáculo,
según desde la trinchera en que uno se resguardase.
Esas
mismas montañas fueron barrera para los romanos, en su afán de someter a
astures y cántabros. Asunto que finalmente solventó Roma tras una ardua lucha
de mas de diez años.
Lo
fueron en el siglo VIII para los musulmanes, pero estos no lograron rebasarlas
y asentarse en el cantábrico.
Y
también fueron escenario de combate en el siglo XX. Pero aquello fue una guerra
civil, y una guerra así es diferente, muy diferente. Como también era diferente
la correlación de fuerzas, cuando por un lado, avanza un ejército regular, y
por otro, son milicias, la gente de los pueblos de la comarca, las que lo
intentan frenar. Una lucha más similar a aquella lejana de astures y romanos.
Llegamos
hasta los primeros parapetos, saltamos sobre la serpenteante trinchera, que
aunque está bastante cubierta de piedras, es perfectamente reconocible. Y así,
poniendo pie en aquellas defensas, miraba de vez en cuando hacia lo hondo del
valle, desde la misma posición en la que ochenta y pico años atrás, los
milicianos aguardaban a las hordas que venían a arrasar con su exigua libertad,
recreando en mi imaginación cómo podría haber sido aquello.
Una
vida dura en las trincheras. Sometidos al calor, al frío, a las enfermedades,
al miedo… a la muerte y al finalmente, al olvido.
Después,
ya de vuelta, mientras bajábamos, iba comentándole a mi hijo, mis impresiones
sobre aquello, sobre aquella lucha heroica de gente como nosotros. Eso le decía,
que eran como nosotros, que viendo lo que iba a ocurrir, se echaron a aquellos
montes a defender el puñado de libertad que habían conseguido arañar a lo largo
de tanta lucha.
Y
que perdieron, y que los mataron. Y que quien no murió, sufrió cárcel o hubo de
huir. Y que aún hoy, siguen sin ser honrados con dignidad.
Seguíamos
bajando cuando me puse a contarle, que precisamente por aquellos montes, un
escritor de la zona, muy famoso y reconocido que se llama Julio Llamazares,
ambientó una novela fantástica, que relata la lucha y vivencias de aquellos
tipos que una vez acabada la guerra, se negaron a rendirse ante el fascismo.
Luna de lobos, se llama y
ha resultado ser, una novela a la que recurro en ocasiones para regalar. Por
cierto, concederos el regalo de leerla alguna vez. Es muy buena.
-Y
ese escritor, le decía, tiene precisamente una casa por este pueblo.
Y
es que ya habíamos llegado al pueblo que está bajo el monte. Caminábamos por
una calle alargada, por entre casas cerradas. Casas a la espera de la llegada
de otro verano, resignadas a invernar tras el paso de agosto.
Caminábamos
y ni un alma, no había nadie, solo nos seguía la ira del sol, que ahora que ya
rondaríamos las dos de la tarde, se ensañaba con nosotros. Llegados esta
situación, el astro y yo ya no somos amigos.
Y
no había nadie, hasta que casi llegamos a donde tenía aparcado mi coche, al
final de aquella calle, que no era otra cosa que la carretera que cruza el
pueblo. Allí sí que nos topamos con presencia humana. Se trataba de un
transportista que salía de una casa y se montaba en su camioneta. Justo al
pasar esta por delante nuestro y dejar al descubierto la entrada de la casa de
la que había salido, apareció la figura del escritor.
-¡Mira!
-le dije a mi chaval discreto- ese es quien escribió el libro del que te venía
hablando.
-Pero
¡qué dices!
¿Y
qué le iba a decir? ¿que otra casualidad? Mejor no decir nada. Al final, igual
todo se traduce en un cálculo de probabilidades, y cuando está de que
coinciden, pues coinciden.
Antes
de que se volviese para el interior de la vivienda, me dirigí a él.
-Julio,
¿tienes un momento? Solo quería saludarte.
Vale,
no soy muy original, pero vamos, encuéntrate tú eso de repente cuando bajas del
monte, cansado, sudoroso, fatigado… a ver como le entras.
-Nos
conocimos hace unos años en Bilbao, en la presentación de Las
Lágrimas de san Lorenzo.
-Ah,
vaya, pues…
Vamos,
lo normal, el hombre ni idea de lo que le contaba, ¡como para acordarse!
-Si,
aquel día le regalé una novela. Mi primera novela en realidad.
Ahora
parecía que se le aclaraban un poco las ideas, o igual se le enturbiaban más.
-Una
novela dices… ¿cómo se llamaba?
–El sueño
de Akala.
Novela histórica, ambientada en…
-¿De
romanos, de un castro? De un caudillo cántabro…
¡Joder
Llamazares, casi te llevas el bote! No era cántabro, era autrigón, (tribu aquí,
tribu allá… que mas dará).
-Si,
eso es.
-Ah,
pues la leí si, la tengo en mi casa de Madrid, y me gustó, si, me gustó. ¿Y has
escrito mas?
-Dos
más.
-¿Del
mismo estilo, históricas?
-Si.
Pasamos
un breve rato comentando alguna cosilla sobre esas novelas. Luego de que
veníamos de Peña Morquera y él nos decía que allí había ambientado parte
de Luna de Lobos.
-¿Entrasteis
al búnker? ¿Os asomasteis por el ventanuco que da al valle?
Detalles
simples en apariencia, pero que para un autor, tienen valor.
-Si,
si hemos estado recorriendo todo aquello.
-Me
comentabas que veraneabas por…
Si,
algo se debía de acordar de cuando hablamos unos años atrás en aquella
librería, porque le conté que pasaba temporadas de vacaciones por la zona, y
hablamos de aquello, de los pueblos. Del proyecto devastador de Red Eléctrica
Española que entonces amenazaba con levantar una línea de alta tensión que
destruiría gran parte de aquellos parajes. Proyecto que no iba a aportar ni un
solo euro a la zona y que finalmente lograron detener, en una lucha que parecía
condenada al fracaso. Pelea de la que entre las asociaciones que se crearon
para parar aquello, sobresalieron algunas cabezas conocidas, como la de él
mismo y también otra célebre escritora que también se premia con temporadas por
otro de aquellos pueblos. Hablo de Ángeles Caso.
La
cosa es que ya estaba a punto de marchar, cuando me dice que espere.
Se
acerca hasta un coche aparcado al lado de su casa, rebusca algo por el maletero
y vuelve con un libro que me regala.
Se
trata de su novela de viajes “Tras os montes” (1998) y ahora me viene a la memoria otra. Una que
aún sigue en la guantera de mi coche, y esta vez sí, mi coche está casi al
lado.
Pero
ya con su obsequio en mis manos, no le digo nada.
E
igual que sucedió unos años atrás, nos despedimos estrechándonos la mano y
deseándonos suerte.
Montamos
en el coche mientras él, se acerca a casa de una vecina, a departir con la
anciana en su puerta.
Arranco
y nos vamos.
Hace
calor y estamos sudados. Necesitamos buscar un bar para tomar un refresco, una
cerveza. Ya vale de agua, que además se ha quedado caliente en la mochila.
Al
enfilar la carretera el descenso hasta el fondo del valle, lanzo una mirada a
lo alto, hacia las peñas donde sé que está ese búnker, ese ventanuco. Luego de
reojo miro la guantera. Dentro hay un libro, que espera el momento que su autor
me lo dedique.
Por
lo visto, no ha llegado todavía.
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