León cuenta con 32 escuchas de incendios en las 18 torres de vigilancia.
Son
el primer eslabón del operativo de incendios y su trabajo es crucial
para detectar pronto un incendio y atajarlo con rapidez.
Son escuchas de incendios y su misión es «mirar». Carlos Estévez
lleva 22 años en el mismo puesto en Pico Cueto (Boñar). A 1.600 metros
de altitud vigila el monte desde la torre de vigilancia elevada sobre
las rocas. Un mar de pinos de repoblación se extiende a sus pies. Desde
el puesto divisa el valle del Porma, el pantano y los Picos de Europa al
norte y el valle de las Arrimadas al mediodía. En los días de buena
visibilidad, hasta los montes del Bierzo y el Teleno. Ha perdido la
cuenta del número de avisos de incendios. Mirar es su trabajo de abril a
octubre. Empezó en las brigadas de incendios aerotransportadas y desde
que se quedó de escucha no ha querido cambiar de puesto.
Ana María Rodríguez hace el mismo trabajo en la torre de vigilancia
situada entre Manzaneda de Torío y Campohermoso, un puesto de madera
elevado unos siete metros sobre el terreno para dominar a vista de
pájaro las miles de hectáreas de pinos que lo rodean. La ‘casita’ tiene
unos nueve metros cuadrados y la terraza perimetral de observación. Si
se mueve del puesto tiene que avisar al centro de control de incendios
de León. Es ingeniera técnica forestal y licenciada en Ciencias
Ambientales. «Aunque leas o hagas otra cosa tienes que estar pendiente
de observar, no perder la conciencia de lo que estás haciendo. Leer dos
páginas y parar», afirma. Trabaja tres meses al año y es interina.
Carlos y Ana son dos de las 32 personas que trabajan en León en el
primer eslabón de la lucha contra incendios.
Un puñado en el conjunto de 374 escuchas de incendios, tal es el
nombre de la categoría laboral, distribuidos en la Comunidad en los 166
puestos de vigilancia destacados en las nueve provincias en puntos
estratégicos de montes y bosques, según la Consejería de Fomento y Medio
Ambiente.En la provincia de León, con más de un millón de hectáreas de
masa arbolada, hay 18 torres, dos más que el año pasado, dos escuchas
por puesto.
El verano ha sido muy tranquilo en las torres de Pico Cueto y La
Candamia (Garrafe de Torío) y en la provincia en general. «Ha sido un
buen verano, el tiempo ha acompañado», admite el jefe de incendios de la
Junta en León, José Carlos García López.
No ha habido incendios graves. Desgraciadamente, el fuego que arrasó
los montes del Teleno hace dos años puso el listón muy alto.
Castrocontigo y Camposagrado son los últimos puestos de vigilancia
abiertos en la provincia de León para vigilar el monte. Pico Cueto, de
1965, es uno de los más antiguos. Al lado del moderno puesto de
mampostería, elevado sobre el suelo, con su cocina y su baño y la
terraza perimetral, se conserva la caseta antigua con la fecha de su
construcción.
Los escuchas tienen la misión de vigilar el monte, discernir las
falsas alarmas, transmitir la información de forma concisa y clara,
evaluar las alarmas, servir de enlace de comunicaciones y tomar datos
meteorológicos para el cálculo de índices de peligro. «Es un trabajo que
físicamente no mata a nadie», precisa, pero requiere capacidad de
concentración y estabilidad emocional para pasar largas horas en
soledad. Son diez horas diarias de trabajo en un reducido espacio, sobre
todo para el personal destinado en casetas elevadas sobre el terreno.
«Es la parte más importante del operativo y quizá la menos valorada
porque su trabajo no se ve», añade el jefe de León. «Están muy
adiestrados. Son los primeros que lo detectan y te definen con precisión
pasmosa dónde está el incendio», explica. Si la voz de aviso te la da
un vecino es que el incendio ya está muy avanzado. El vigilante es capaz
de dar las coordenadas para que las brigadas de extinción lleguen con
la mayor rapidez al incendio y puedan atarcarlo de forma eficaz. Es
importante conocer la zona, si no puede costar dos años aprender»,
matiza José Carlos García.
Escuchar la radio, hacer crucigramas, ejercicio o leer son algunas de
las aficiones que cultivan en el puesto para no aburrirse. Se hacen la
comida y en algunos casos duermen allí para evitar tener que desplazarse
a diario a grandes distancias. En la Comunidad existen 24 puestos de
vigilancia durante las 24 horas, pero ninguno en León salvo en casos de
incendio que requiera su presencia nocturna. Antiguamente, los
vigilantes se pasaban todo el verano en el puesto como los pastores
trashumantes en los chozos de los puertos. Ahora las jornadas son de 3
días de trabajo y dos de descanso. El sistema está adaptado a la
normativa laboral sobre descansos. Las vacaciones de los escuchas son
para el invierno, aunque todos tienen que «buscarse la vida» con otros
empleos temporales para completar los ingresos. En los últimos años se
han incorporado algunas mujeres a través de la bolsa de trabajo. El 30%
de la plantilla de escuchas en León es femenina. Las mujeres predominan
en la bolsa de trabajo.
Carlos es un hombre de monte, vive en Boñar y está tan hecho a la
soledad en Pico Cueto que extraña la presencia de gente. No se le escapa
ni el vuelo de un pájaro. «El mundo desde aquí se ve de otra manera,
todo parece más cerca», comenta. Ana es de ciudad, ponferradina, pero no
tuvo problemas en adaptarse al puesto. Le acompaña en el largo verano
su perro Argos y un enjambre de abejas que trabajan sin tregua en un
hueco de la caseta. «Como no soy alérgica no me preocupa, están bien
ahí», comenta.
A diario, al llegar al puesto dan parte del estado al puesto de mando
a través de la emisora que es su medio de comunicación. En un cuaderno
anotan todas las incidencias del día, así como datos atmosféricos.
Carlos tiene debajo de su agenda un mapa detallado de la zona muy
desgastado. Desde el pico Cueto ha trazado líneas que le han guiado para
dar indicaciones a las brigadas. En sus 22 temporadas de incendios, ha
vivido de todo. Un rayo quemó un día la vieja caseta y se salvó porque
decidió marcharse a tiempo. Lo más triste, el incendio de Pardomino que
fue pasto de las llamas en 1998.
Para Ana, el incendio más grave fue uno que se desató en Fontanos.
«Se vio pronto y llegaron rápido así que no fue grande», explica
apuntando al ‘quemao’. Está en una zona tranquila. «En el Bierzo y en La
Cabrera se quema, aquí la gente de los pueblos tiene otras costumbres y
no suele prender», apunta.
Los fuegos accidentales suponen entre el 5 y el 7% del total. El
resto son provocados. La cultura del fuego, apunta el jefe del operativo
en León, está muy arraigada en una provincia que ha labrado sus montes
«a base de diente y cerilla». Las costumbres agroganaderas está en al
ADN cultural. «Es importante que la gente note que los montes son
productores y les beneficia para proteger el monte», precisa García.
Las nuevas tecnologías no han desplazado aún a la profesión de
escucha de incendios como les ha pasado a los fareros en las costas. «Se
están poniendo en marcha sistemas automáticos, como cámaras detectoras
de humo pero todavía no discriminan. Aquí nos estarían dando avisos
falsos constantes con la voladura de la cantera o el humo de la
térmica», explica. Los sistemas infrarrojos detectan calor y no humo.
Así que tampoco son eficaces. Las personas son, hoy por hoy,
indispensables en la lucha contra el fuego. Para no provocarlo y para
detectarlo con rapidez.