El Curueño, río de la memoria
El Curueño, río de la memoria
Angel Fierro publica el libro Río Curueño, el fluir legendario y Diario de León se hace eco:
Ángel Fierro recopila leyendas, cuentos, mitos y hasta cantares de la zona en un hermoso libro ilustrado.
n. g. sabugal | león 02/03/2013
El
río Curueño ya no es el río del olvido que describió Julio Llamazares,
ahora es el río de la memoria. Una memoria que fluye, cristalina y
móvil, a través de leyendas, mitos y cuentos que ya sólo recuerdan los
más viejos del lugar, pero que se recogen en libros como el que acaba de
publicar Ángel Fierro y que el próximo lunes se pone a la venta: Río Curueño, el fluir legendario.
En
sentido inverso al recorrido que hizo Llamazares, Fierro acaricia la
fría superficie del río desde los altos de Vegarada hasta la unión del
Porma y el Curueño, dentro del triángulo que forman Ambasaguas, Devesa y
Barrio de Nuestra Señora. De forma paralela, el río se va trenzando con
leyendas como la del Moro Qil, que persiguió a caballo un arcoiris y
murió en un corro de ánimas o la valiente dama de Arintero, que se
disfrazó de guerrero y sólo descubrieron que era mujer porque, en un
descuido, «se le salió sin querer un pecho».
Son frutos de la
imaginación que además modelan el paisaje o lo interpretan, como la
intermitencia de la fuente de San Pedro en Aviados, que se explica por
los empujones de un hada con dolores de parto, cuyas contracciones
interrumpen el flujo del agua o la sima de ‘La Quebrantada’, un socavón
producido por un terremoto ‘divino’ que sepultó a la intrépida griega
que quería hacer un molino en sentido contrario al curso de las aguas y
juraba: «quiera Dios o no quiera, ha de moler el molino de la Griega».
«Hace
ya unos siete u ocho años que estoy ‘pateando’ el río Curueño,
recogiendo estos cuentos. Siempre hablando con gente muy mayor porque la
gente joven no tiene recuerdos de tradición oral», explica Fierro. Son
los últimos depositarios de los filandones, aunque les han pasado
algunos relatos a sus hijos o nietos.
Como el señor Rodrigo, de
Arintero, «un pozo de sabiduría y mantenedor de la oralidad en la zona»,
dice Fierro. También Miguel Fuertes, de La Mata de Curueño, que publica
una revista «con matemática puntualidad» que ya ha superado los 130
números; o Nieves Orejas y Raquel, madre e hija, en Lugueros, y, también
allí, Avelino Villa; y, en Tolibia, María Ninfa. Todos ellos saben de
los duendes de Tolibia y de ‘la boca sangrá’, una versión del hombre del
saco, y de ‘la Vieja el Monte’, la excusa para los pastores que traían
un regalo para los niños de la casa y han oído hablar de las moras,
esos hermosos espíritus de las fuentes que alisan sus cabellos con
peinetas de oro. También están entre los pocos que aún saben las
canciones tradicionales que recoge el libro y los demás hemos olvidado.
Menos mal que el Curueño ahora también es memoria.
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