La Mata en los pínceles de Jose del Riego
Nacido en Oviedo, Jose del Riego es un matense más, junto a Maribel y sus hijos Jesús y Guillermo, que nos deleita con sus pinturas al pastel, siendo uno de los pocos pintores españoles que desarrollan su obra integramente en esta técnica.
En el nº 104 de la revista trimestral "La Mata de Curueño, un pueblo que nos une" Jose escribía:
“Un soneto me manda hacer Violante, y en mi vida me he visto en tal aprieto”….
Me piden que escriba unas letras con el tema “un paisaje de La Mata para pintar”, y el caso es que llevo varios días pensando y pensando y no logro decidirme a comenzar. Porque una cosa es pintar un paisaje y otra es describirlo. El primer problema es decidirme por uno. Me he pasado este verano pintando paisajes y rincones de nuestro pueblo y sinceramente, hay tantos hermosos que me cuesta trabajo decidirme. No es el nuestro un lugar de paisajes espectaculares (aunque la vista del valle hacia la cordillera, con el pico Valdorria en el horizonte, es grandiosa); sin embargo desde mi punto de vista de pintor es difícil encontrar en La Mata un rincón que no pudiese convertirse en un hermoso cuadro. Todos tienen la belleza de lo natural, de lo sencillo, de lo entrañable.
El caso es que debo elegir. Y pensando y contemplando lo que pinté este verano me decido por un rincón: el camino que viene del río, del “pozo de los asturianos”, antes de juntarse con el que, saliendo del pueblo junto a la Iglesia se dirige de frente a Los Cabales.
¿Por qué ese? En primer lugar porque el concepto de belleza es muy relativo, tiene siempre algo de subjetivo. Algún sitio nos parece más bello que otros no sólo por sus características, sino por las vivencias que en nuestro recuerdo despierta. A mí el camino del río me trae a la memoria infinidad de recuerdos, pues el camino del río es el de casi todos nuestros paseos, tanto en verano, camino del baño, como en las otras estaciones del año, a ver cómo baja el Curueño. Una persona de nuestra familia llama al río “la Catedral de La Mata”, pues dice que si en León se lleva a los visitantes a ver la Catedral, aquí les llevamos a ver el río. Por eso ese camino me trae a la memoria tantos regresos del río contentos después del baño veraniego, tantos paseos sólo o acompañado de personas queridas… (algunas ya nos han dejado). Y junto con lo subjetivo, están las características visuales del sitio: me encanta ese camino por el arbolado que lo rodea. Yo no conocí La Mata antes de la concentración parcelaria, que cambió tanto, según cuentan, el paisaje. Pero me dicen que todos los caminos eran antes así, rodeados de árboles y de sebes. Yo recuerdo muchos caminos parecidos de mis veranos infantiles en otros rincones del norte de León, en Carrocera y en Sena de Luna. ¡Cómo se agradece esa sombra en verano, cuando el sol golpea con toda su fuerza!
Un paisaje es distinto en cada estación del año. Suelo preferir los paisajes otoñales, pero este camino que he elegido me encanta en verano, y en concreto al caer la tarde, y mirando en dirección al pueblo: El camino está en sombra, pero de la muralla vegetal de la izquierda está iluminada por la luz lateral, que al atravesar la arboleda y las sebes enciende todas las tonalidades imaginables de los verdes: hojas de chopo, de nogales, de sauce, de las zarzas… cada una con un tipo diferente de verde. Y la luz que logra atravesar el muro verde cae en forma de gotitas luminosas sobre el camino, sobre la vegetación de los lados, de un modo semejante a como la luz que atraviesa las vidrieras de una catedral proyecta chispitas de colores sobre el suelo y los muros de piedra. Y al fondo, al levantar la vista, donde se junta el camino con el que va a los Cabales, de repente la luz que viene de la izquierda cae con toda su fuerza sobre el camino ya abierto, un chorro de luz que contrasta con la penumbra en la que estamos, como una ventana que se abre al fondo de un pasillo. Con esta luz tan intensa destacan sobremanera los matorrales verdes del fondo, que rodean la portilla de hierro a través de la cual vemos el pueblo y el monte a lo lejos… la vista sale del estrecho camino, del túnel vegetal, y se pierde en el paisaje abierto, en los prados del valle, en las colineras y en el cielo azul.Cuántas veces al llegar a ese punto he dicho o pensado: ¡mira qué preciosidad!
Me piden que escriba unas letras con el tema “un paisaje de La Mata para pintar”, y el caso es que llevo varios días pensando y pensando y no logro decidirme a comenzar. Porque una cosa es pintar un paisaje y otra es describirlo. El primer problema es decidirme por uno. Me he pasado este verano pintando paisajes y rincones de nuestro pueblo y sinceramente, hay tantos hermosos que me cuesta trabajo decidirme. No es el nuestro un lugar de paisajes espectaculares (aunque la vista del valle hacia la cordillera, con el pico Valdorria en el horizonte, es grandiosa); sin embargo desde mi punto de vista de pintor es difícil encontrar en La Mata un rincón que no pudiese convertirse en un hermoso cuadro. Todos tienen la belleza de lo natural, de lo sencillo, de lo entrañable.
El caso es que debo elegir. Y pensando y contemplando lo que pinté este verano me decido por un rincón: el camino que viene del río, del “pozo de los asturianos”, antes de juntarse con el que, saliendo del pueblo junto a la Iglesia se dirige de frente a Los Cabales.
¿Por qué ese? En primer lugar porque el concepto de belleza es muy relativo, tiene siempre algo de subjetivo. Algún sitio nos parece más bello que otros no sólo por sus características, sino por las vivencias que en nuestro recuerdo despierta. A mí el camino del río me trae a la memoria infinidad de recuerdos, pues el camino del río es el de casi todos nuestros paseos, tanto en verano, camino del baño, como en las otras estaciones del año, a ver cómo baja el Curueño. Una persona de nuestra familia llama al río “la Catedral de La Mata”, pues dice que si en León se lleva a los visitantes a ver la Catedral, aquí les llevamos a ver el río. Por eso ese camino me trae a la memoria tantos regresos del río contentos después del baño veraniego, tantos paseos sólo o acompañado de personas queridas… (algunas ya nos han dejado). Y junto con lo subjetivo, están las características visuales del sitio: me encanta ese camino por el arbolado que lo rodea. Yo no conocí La Mata antes de la concentración parcelaria, que cambió tanto, según cuentan, el paisaje. Pero me dicen que todos los caminos eran antes así, rodeados de árboles y de sebes. Yo recuerdo muchos caminos parecidos de mis veranos infantiles en otros rincones del norte de León, en Carrocera y en Sena de Luna. ¡Cómo se agradece esa sombra en verano, cuando el sol golpea con toda su fuerza!
Un paisaje es distinto en cada estación del año. Suelo preferir los paisajes otoñales, pero este camino que he elegido me encanta en verano, y en concreto al caer la tarde, y mirando en dirección al pueblo: El camino está en sombra, pero de la muralla vegetal de la izquierda está iluminada por la luz lateral, que al atravesar la arboleda y las sebes enciende todas las tonalidades imaginables de los verdes: hojas de chopo, de nogales, de sauce, de las zarzas… cada una con un tipo diferente de verde. Y la luz que logra atravesar el muro verde cae en forma de gotitas luminosas sobre el camino, sobre la vegetación de los lados, de un modo semejante a como la luz que atraviesa las vidrieras de una catedral proyecta chispitas de colores sobre el suelo y los muros de piedra. Y al fondo, al levantar la vista, donde se junta el camino con el que va a los Cabales, de repente la luz que viene de la izquierda cae con toda su fuerza sobre el camino ya abierto, un chorro de luz que contrasta con la penumbra en la que estamos, como una ventana que se abre al fondo de un pasillo. Con esta luz tan intensa destacan sobremanera los matorrales verdes del fondo, que rodean la portilla de hierro a través de la cual vemos el pueblo y el monte a lo lejos… la vista sale del estrecho camino, del túnel vegetal, y se pierde en el paisaje abierto, en los prados del valle, en las colineras y en el cielo azul.Cuántas veces al llegar a ese punto he dicho o pensado: ¡mira qué preciosidad!
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