7 de julio de 2010

Historias prestadas

En el número 117 del delicioso periódico trimestral, nuestro querido boletin "La Mata de Curueño, un pueblo que nos une", recuerda Ruperto Rodríguez Castro sus años escolares, allá por los años cincuenta...
La escuela vieja
Mis años en la escuela se desarrollaron alrededor de los años 50. Se comenzaba a ir con 6 años y se permanecía hasta los 14, aunque algunos, como yo, nos íbamos antes para hacer estudios en otro lugar o les sacaban los padres para comenzar muy pronto la vida de trabajo ayudando en casa o haciendo de criado en otra.
Destaco algunas “historias” de mis pocos años en la escuela vieja y en la “nueva”, ya que me tocó estrenar la habitación que hizo de aula en la Casa del Maestro, que conocemos, ya restaurada, como Teleclub.
Jueves. Dibujo. Como siempre se me dio bien el dibujo, el primer recuerdo es para la clase que sobre esta actividad nos daba D. Delfino, del que guardo un buen recuerdo como del mejor de los maestros. Los jueves, al llegar a la escuela, tenía el encerado grande, que estaba en la pared al subir la escalera, lleno de dibujos que luego teníamos que intentar hacer. Con tizas de colores allí aparecían variedad de casas, castillos, paisajes, etc. según correspondiera. Me empeñaba en copiar lo mejor posible y disfrutaba de lo lindo guardando mis dibujos como algo que me gustaba mucho. Este afán me sirvió luego para mi actividad laboral.
Recuerdo con agrado, las clases de caligrafía, por el esmero que nos hacía poner para copiar palabras y textos con aquella letra “inglesa” que a tantos nos mejoraría la letra para nuestra escritura posterior.
Hoy, sin comer. Así nos castigó un día Dª Sebastiana cuando yo tendría unos 10 años, y Monse y Plácido, mis dos compañeros de alguna fechoría hecha aquella mañana; sería por no saber la lección o por hablar entre nosotros o por no obedecer algo que nos dijera. Así que se fueron todos a comer y nosotros a ver la forma de escaparnos.
Había en el exterior de una ventana como dos salientes de madera en forma de estaca (hasta este año aún resistían el tiempo) y aferrándonos fuerte con las manos, saltamos como unos tres metros. Luego, a comer corriendo y volver a estar dentro para cuando volviera la maestra. Alguien que no recuerdo bien (quizá Gaspar) acercó una escalera por la cual subimos.
Cuando llegó Dª Sebastiana nos perdonó y nos dejó “ir a comer”. Por supuesto que nos fuimos no a comer, claro, sino para hacer tiempo y volver antes de iniciar la clase de la tarde.
Recreos. Teníamos tan solo un recreo a media mañana, ya que por la tarde los juegos los hacíamos al salir de clase y antes de irnos para casa. Nuestro lugar era la Plazuela donde se sucedían, a lo largo del año, los diversos juegos de “temporada”.
Recuerdo el de “los cartones”. Nos hacíamos, como podíamos, con los billetes de tren minero o de La Vecilla e, incansables y con ganas, tirábamos contra la pared para ver quien los dejaba más cerca y ganaba, aumentado la colección propia. El calvo nos apasionaba, así como el marro y algunos más.
En los largos y duros inviernos “el resbalete” por el hielo y barro helados era lo nuestro. Por la tarde, nos íbamos a las Colineras, utilizando, sacos, nos tirábamos una y otra vez por aquellas laderas heladas. No nos hacían falta los trineos de ahora.
Titiriteros. En ocasiones, una o dos veces por año, se presentaban un grupo de titiriteros para representar ante los niños y mayores sus repertorio. Así que en la planta baja de la escuela, que hacía de bodega, carbonera y más, nos sentábamos en el suelo que era de tierra, bien apretados, y asistíamos, asombrados, al ensueño de las obras de teatro y de juegos que llevaban nuestra imaginación a lugares alejados de nuestro pueblo.
Realmente, era un día de fiesta aquellas sesiones. Lo que nos desagradaba mucho a los más pequeños era cuando anunciaban que por la carretera venían los “húngaros” que iban de un lugar a otro con algún animal y a veces paraban en la plaza.
Comer algarrobas. Aluna vez se presentaron en el pueblo un grupo de militares que conducían mulos y debían hacer prácticas de rastreo o de vigilancia por los alrededores o algo así. Estaban 10 ó 12 días ocupando la Plazuela del pueblo, dormían en pajares de las casas próximas y a los animales los ataban enfrente en la calle de la escuela. Lo que más disfrutábamos de la novedad era que los soldados nos daban a comer algunas algarrobas que traían como alimento de los animales. Como eran de sabor dulce conseguir algún “postre” de aquello nos suponía una buena aventura.
Con la regla en los dedos. Tengo buenos recuerdos de los maestros y maestras que tuve, pero de uno de ellos, que estuvo poco tiempo como sustituyendo a otro maestro, me viene a la memoria el daño que nos hacía cuando nos pegaba en los dedos de la mano con la regla, aun siendo muy pequeños. Ese dolor en las manos lo recuerdo muy vivo cuando pienso o hablo de aquellos años que, en general, fueron muy felices para gran mayoría.
Eran tiempos en los que aún perduraba aquello de “la letra con sangre entra”, pero, en la mayoría de las ocasiones, creo que nos pegaba no tanto por hablar o hacer trastadas o no estar atentos y alguna vez por no saber la lección, sino que nos “daba leña” a todos los alumnos, porque tenía un carácter como renegado y muy agriado. Esas costumbres de pegar hace tiempo que desparecieron.

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