18 de septiembre de 2020

Avanzan los trabajos en el castillo de San Salvador

Enlace al anexo del proyecto 

La maleza lo había engullido. Doce siglos de historia bajo las zarzas. Apenas es posible imaginar que en Santa Colomba de Curueño hubo un gran castillo. Esta fortaleza  daba protección a vecinos y peregrinos que circulaban por estas rutas menores de la antigua calzada romana. Su emplazamiento le permitía, como explica el proyecto de rehabilitación diseñado por el arquitecto Ricardo García Alonso, «establecer señales de humo con el Castillo de Aviados, que, a su vez, lo hacía con el de Peña Morquera, y éste con el de Montuerto, y así sucesivamente, estableciendo todo un entramado defensivo y de vigilancia, absolutamente necesario para las estrategias militares». Es posible que todos estos castillos se erigieran ocupando antiguos castros, en la margen izquierda del río Curueño.

El Ayuntamiento de Santa Colomba de Curueño está decidido a rescatar la fortaleza de San Salvador, que se remonta al siglo IX, y la ermita de Santa Ana. Ha sacado a licitación, por 189.715 euros y un plazo de ejecución de cuatro meses, la limpieza del castillo y la consolidación de las ruinas. Apenas se han salvado paredes de mampostería y ‘montones de piedras’ que hacen difícil intuir la magnitud de una edificación que contó con al menos seis torres. El castillo de Santa Colomba de Curueño corrió la misma suerte que el resto de los castillos medievales de la zona, abandonado y sin uso desde el siglo XIV o XV. Desde entonces los estragos del tiempo han ido liquidando una construcción defensiva documentada desde el año 951.

El archivo de la Catedral de León preserva un documento de ese año en el que Ordoño III cede el castillo a la iglesia y a su obispo don Gonzalo. El 13 de octubre del año 999, el rey Alfonso V de León y su madre Elvira donan al obispo Froilán de León el castillo de San Salvador de Curueño. Alfonso VII donará la fortificación a la iglesia de Santa María de Regla de León y a su obispo Arias. En los siglos XII y XIII los templaron recibieron el castillo como sede de sus operaciones de vigilancia y protección de pueblos y peregrinos del Camino de Santiago.

Pese al abandono secular de la fortificación, el perímetro que delimitaba el castillo «no solamente se intuye, sino que es reconocible por los restos que permanecen, aunque estos casi se hayan mimetizado con la vegetación del entorno, y estén cubiertos en muchos tramos por un manto de musgo, que también ejerce de protección de la coronación de las ruinas, y que, posiblemente, haya evitado la degradación total», asegura el redactor del proyecto de restauración de la fortaleza. Contiguos a la ermita de Santa Ana quedan restos de una edificación precedente, que podrían corresponder a la original capilla del castillo. La ermita de Santa Ana, erigida en el siglo XVI, ‘colonizó’ parte de la estructura del castillo.








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