19 de abril de 2019

El Monumento de Jueves Santo en La Mata

 El Monumento de Jueves Santo en La Mata


Del libro La Mata de Curueño. El ayer del siglo XX:

El Jueves Santo por la tarde ya no se trabajaba y a las cinco se celebraba una misa muy solemne, cantada por el coro de los hombres, que conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena. Todos iban muy bien vestidos, y algunas mujeres llevaban la mantilla española. Durante el Gloria se tocaban las campanas y ya no se volvían a tocar hasta el Gloria de la Vigilia Pascual del Sábado Santo; los badajos de las campanas se sujetaban para que no tañeran esos días lo más mínimo. La comunión estaba muy concurrida, porque antes se habían hecho las confesiones generales. Venía el cura de La Cándana, D. Braulio; el de Sopeña, D. Aureliano; el de Pardesivil, D. Eulogio y otros, a ayudar a D. Teodoro. Los adultos también tenían que repasar el catecismo, porque el sacerdote les hacía preguntas y si no daban ni una, no les confesaba.
Una vez repartida la Comunión, se trasladaba el Santísimo Sacramento en procesión bajo palio, por el interior de la iglesia al llamado Monumento, un altar efímero que se colocaba exprofeso para esta celebración, que debía estar fuera del presbiterio y de la nave central, debido a que el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía.
La mayordoma era la encargada de instalar el Monumento en la capilla de la Virgen del Rosario, donde ahora está la pila bautismal, con telas grandes blancas y por detrás, se abombaba con palos y vilortas. El piso del monumento quedaba unos 80 o 90 centímetros más alto que el suelo de la iglesia. La escalera por la que se subía y bajaba para colocar los distintos elementos también estaba hecha, solo había que situarla y ponerle una alfombra, pero todo llevaba su tiempo. Al fondo, en el centro, se instalaba el sagrario antiguo, que era grande y muy bonito. Luego seis tablones finos en los que estaban pintados a tamaño natural los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel y en primer término estaban las figuras de dos soldados romanos con un hacha cada uno, custodiando la entrada y que asustaban un poco a los niños. El suelo aparecía sembrado de flores silvestres, labor encomendada a los chicos que recogían campanillas amarillas. Por la noche había un gran trasiego de gente que acudía a cumplir su turno de vela al Santísimo, pues había que realizar cinco visitas al Monumento, para obtener indulgencia. Todo el pueblo estaba pendiente de hacer las visitas.

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