5 de julio de 2016

Vacaciones en el pueblo

En La Nueva Crónica de León, Julio Llamazares firma un excelente artículo  sobre la vuelta al pueblo por vacaciones:

Seamos pobres al regresar es un consejo que deberíamos darnos unos a otros quienes volvemos a los pueblos para pasar en ellos las vacaciones.
Seamos pobres al regresar o no vayamos a ninguna parte» escribió el poeta rumano Tristan Tzara (Triste Patria traducido al español), una frase que recuerdo todos los años por estas fechas, cuando el verano llama a mi puerta indicándome el camino de León. Seamos pobres al regresar es un consejo que deberíamos darnos unos a otros quienes volvemos a nuestros pueblos, natales o adquiridos por vía paterna o materna o matrimonial o simplemente adoptados, para pasar en ellos las vacaciones mientras los que en ellos viven siguen con sus ocupaciones. O con sus desocupaciones, pues cada vez hay más jubilados y menos gente en edad de trabajar.
El retorno veraniego, que devuelve a los pueblos la vida que tuvo un día, si bien que solo durante un tiempo y en apariencia (todo es ficción en las vacaciones), es un fenómeno que se repite desde que el éxodo a las ciudades los dejó solos y tiene connotaciones culturales y económicas, amén de una explicación sociológica. La nostalgia de la aldea abandonada por la necesidad pero idealizada en la lejanía por quien se vio obligado a dejarla atrás unida a la necesidad económica hacen que muchas personas pasen sus vacaciones en sus lugares de origen, lo que les sirve indirectamente para conservar sus casas vivas y en pie ¿Qué sería de muchos pueblos y aldeas si los vecinos que los abandonaron no regresaran a ellos por unos días o meses? ¿Incluso qué sería de sus pobres tejidos económicos de no ser por la inyección de dinero que los ‘veraneantes’ aportan a ellos durante sus vacaciones?
Pero el riesgo de que el ‘veraneante’, hijo del pueblo en los más de los casos, regrese altivo y con prepotencia, mirando al que se quedó por encima del hombro, ya sea por exceso de campechanía, ya sea por su manera de dar lecciones (en Lillo les llaman ‘salvapueblos’ a los veraneantes que arreglan todo en diez días pero que lo único que ‘arreglan’ es la despensa de la familia y de los amigos), va en relación inversa al nivel cultural del que retorna. También a veces al económico y social, pues a menudo el que más presume es el que menos motivos tiene para hacerlo y al revés. Por eso no estaría de más una campaña de concienciación política (la política es eso, no las intrigas y los enfrentamientos) que enseñara a los que se fueron a volver a sus pueblos con respeto, no solo a quienes los mantienen vivos, sino también a sus antepasados y a ellos mismos. Pues qué son sino esos mismos vecinos en los que se reflejan como éstos lo hacen en sus ojos, unos y otros hijos de la misma historia y protagonistas de un mismo argumento, que es la búsqueda de la felicidad. Creerse superiores por haberse ido del pueblo es tan absurdo como pensar que la aldea es tuya por permanecer en ella cuando los demás se van.

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