26 de octubre de 2009

El Pilar en La Mata

Peña La Caseta del coche de línea
Eligiendo el menú en el restaurante Las Colineras, de La Mata

Sigue la fiesta en la caseta
Entonando asturianadas
Peña La Caseta del coche de línea


Celebración del Pilar en el Teleclub
Celebración del Pilar en el Teleclub

16 de octubre de 2009

Ángeles Caso

Ángeles Caso con el premio Planeta- EDU BAYER
Enhorabuena a Ángeles Caso, una asturiana en La Vecilla, comprometida con las asociaciones que, a uno y otro lado de la cordillera, se enfrentan a la línea Sama - Velilla «no una línea de alta tensión sino una autopista eléctrica», que ha conseguido el Premio Planeta 2009, con la novela Contra el viento.
Los árboles muertos. La carretera es estrecha, casi diminuta, una hermosa y estrecha carretera comarcal que desde el pueblo de La Vecilla, en la provincia de León, se adentra hacia el norte, cruzando el valle del Curueño hasta la Cordillera Cantábrica, para terminar de pronto en el puerto de Vegarada, a escasos metros de la imaginaria raya que, en los mapas, separa a León de Asturias justo en ese punto.
Probablemente sea una carretera como otras muchas. Asfalto sobre un viejo camino que un día fue de polvo, de piedra tal vez, una estrecha y torpe carretera que apenas sirve para que un puñado de vecinos de esos viejos pueblos progresivamente abandonados vayan y vengan a sus quehaceres y necesidades y ocios, o para que algunos habitantes urbanos busquen un domingo, hartos de hormigón, la frescura de un río y de unos cuantos árboles. Suponiendo que queden árboles y ríos. Y es mucho suponer. Porque tal y como van las cosas, cabe esperar que los paisajes -“la naturaleza- acaben desapareciendo de nuestra geografía, sepultados bajo vías cada vez más rápidas y más anchas, atravesados por puentes y túneles que nos permitan acceder, a la velocidad del rayo, a más vías y túneles y puentes y asfaltos y hormigones.
Las administraciones del país se muestran realmente preocupadas por la rapidez de nuestros desplazamientos, y por la seguridad de nuestras vidas, siempre amenazadas por los feroces elementos naturales. En su empeño de protegernos y hacernos la vida más cómoda, en su lucha contra las estadísticas de accidentes de tráfico -“o a favor de las estadísticas de venta de automóviles, que vaya usted a saber las razones ciertas de los desmanes-, se han lanzado a la ardua tarea de ensanchar carriles y mejorar firmes, allí donde el presupuesto no llega para autovías. Caiga lo que caiga. Y así, en aras de tan noble empeño, en la carretera que une La Vecilla con el puerto de Vegarada, cayeron la pasada primavera seiscientos árboles. Seiscientos álamos -“y es un cálculo a ojo- que la bordeaban a lo largo de algunos kilómetros. Álamos casi centenarios que creaban un magnífico túnel de luces y sombras, una densa pantalla contra el sol o la nieve, una perfecta máquina de fabricar oxígeno. Alguien decidió, hace algunos meses, que los árboles debían morir en nombre del progreso y la mejora. Pasaron las sierras y las grúas y los camiones, y los seiscientos gigantes -“supervivientes de tantas tempestades y sequías- desaparecieron por siempre.
Entre la gravilla que cubrió los muñones moribundos, aún asomaban, semanas después, brotes tiernos de hojas plateadas, el feroz esfuerzo de la vida frente a la destrucción. A escasos metros del crimen, la Junta de Castilla y León colocó orgullosa una inmensa pancarta:
Obras de mejora de la carretera La Vecilla-Vegarada
Enseguida, sobre el asfalto recalentado, las ambulancias recogieron a las primeras víctimas de semejante avance para la humanidad: dos niños que paseaban tranquilos en sus bicicletas -“como toda la vida han paseado los niños y los adultos de la zona-, y que fueron atropellados por un conductor imprudente. Tal vez, por desgracia, no sean las últimas. Ahora que los peligrosos árboles han desaparecido, muchos aprietan el acelerador por la carretera estrecha como si condujesen por una autovía. Esos dos niños han sido los primeros números de la estadística de accidentes de una carretera en la que jamás había ocurrido ninguno. A pesar del túnel de árboles, ¿o gracias al túnel de árboles?
Mis álamos de La Vecilla -“pues míos eran, a fuerza de admirar su belleza- han muerto ya. Otros muchos árboles de otras muchas carreteras de España están siendo víctimas del mismo afán arboricida que ha convertido este país, antigua nación de bosques, en un erial reseco. En nombre del progreso, del cultivo, de la ganadería, de la industria papelera o del negocio inmobiliario, la tierra de España se achicharra al sol y se hiela bajo el frío.
Las gentes del pasado creían que los árboles eran sagrados, residencias sagradas e intocables de los duendes y las hadas. Si alguien les hacía daño, la venganza de los seres diminutos caía sobre él. Sé que la justicia de los hombres cerrará los ojos ante los taladores de árboles. Pero confío en que la justicia de los duendes haga caer sobre ellos el peso de su ley. Antes de que en su paternal afán decidan, por ejemplo, recubrir los ríos con asfalto -“pues el ligero despiste de un conductor puede provocar una peligrosa caída- y hasta dinamitar los montes más cercanos, que podrían un día derrumbarse sobre los inocentes ocupantes de los automóviles...
(De la columna «Un cierto silencio», Ángeles Caso. En «El Suplemento Semanal», 20 de noviembre de 1994)

14 de octubre de 2009

Adolfo

Como merecido homenaje a nuestro paisano Adolfo Fernández López, recientemente fallecido, pensamos que sus páginas escritas en nuestro Boletín a lo largo de 27 años son un excelente y entrañable lugar que bien puede considerarse como mágico.
En la primavera del año 2004 conmemoramos el 25 aniversario de la publicación de nuestra revista “La Mata de Curueño, un pueblo que nos une” con un número extraordinario. Adolfo participó con un interesante artículo titulado ¡Ánimo, ánimo, ánimo!”
En él escribía: “¡Qué suerte la nuestra! ¡Qué orgullosos podemos estar todos los matenses por haber mantenido esta fórmula de encuentro durante 25 años! ¡Qué satisfechos se sentirán allá arriba Fernando y cuantos nos han precedido de este gran pueblo!”
Ahora que acaba de morir, esos sentimientos de fortuna, de orgullo y de satisfacción que expresaba Adolfo los debemos percibir nosotros al contemplar su amplia colaboración literaria en las 2.012 páginas ya de nuestra revista.
Porque muchas de ellas fueron escritas por este Hijo del Pueblo que se consideró feliz sintiendo de ese modo. Quiso participar de manera tan directa y real que, muchas horas de su larga vida, las dedicó para reseñar recuerdos vivos sobre su pueblo y sus gentes
Es admirable y reconfortante contemplar a este vecino del pueblo, solamente con su aprendizaje en la escuela, inclinado sobre hojas de papel para ofrecernos en unas sencillas líneas, a lo largo de tantos años, su esfuerzo para “compartir noticias, recuerdos, penas y alegrías”, como decía en el citado artículo.
“Pensar en 1979, seguía, cuando recibí el primer ejemplar del Boletín que escribiría en él, era para mí ciencia-ficción. Me imaginaba que iba a hacer muchas cosas en la vida, pero jamás que iba a escribir las vivencias de mis años en La Mata. Me ha resultado muy fácil porque me ha salido del alma reflexionar sobre mi pueblo; y muy gratificante porque ha sido una forma de volver a recorrer los caminos de mi niñez y juventud, recordar cada rincón, volver a mi origen”.
Breve y resumidamente testimoniamos esos recuerdos escritos por Adolfo. Lo hizo desde su primer artículo publicado en 1983, nº 18, con su “Historia de monaguillos”. Iniciaba un período hasta 1987 con Recuerdos de Navidad, Doblan las campanas y Por los Cantarales.
Desde la primavera de 1992 hasta la navidad de 2005, publica una veintena de artículos bajo el epígrafe de Recuerdos de mi vida en La Mata donde expresa desde Viajes a Vegarada y Cerulleda a su Tío Ruperto. Durante esos trece años, de manera periódica, Adolfo testimonia hechos y anécdotas de la Guerra Civil, los bolos y aluches, las truchas, las peras y los quesos, la escuela y el día del árbol, las cantinas y la ribera, los jergones y guantes, las misas y los nervios, etc., etc.
Entre los años 2001 y 2002 se dedicó a ensalzar los “lugares y personajes de La Rinconada”. En cuatro interesantes artículos describe vida y milagros de los vecinos del Barrio Arriba, tan próximo a su casa natal en el inicio de Los Cantarales, donde pasó la infancia, juventud y primeros años de casado.
En los últimos números publicados del Boletín es donde Adolfo, ya anciano, ha pretendido hacernos ver cómo se vivía en La Mata mes a mes. En estos tres años ha conseguido que la imaginación de muchos y la memoria de unos pocos participaran nítidamente en el discurrir de los días de abuelos, padres y convecinos de antaño.
Adolfo, con sus palabras escritas ha querido y sabido dar aldabonazos contra el olvido y mantener la ilusión colectiva, ha mostrado su amor por las raíces y ha deseado con todo el alma “ánimo y a seguir adelante afanosos, que nada os detenga y que podáis celebrar el 50º aniversario por todo lo alto”.
Gracias, muchas gracias, a este buen Hijo del Pueblo por su excelente y entrañable obra. Y gracias a su hija, Gloria Elisa, que ha preparado sus escritos con verdadero cariño filial y sintiendo ser Hija del Pueblo.

Boletín 115


La revista trimestral "La Mata de Curueño. Un pueblo que nos une" acaba de publicar su número 115, correspondiente al Otoño 2009.
Después de más de 30 años de ininterrumpida presencia entre los vecinos, se hace eco pormenorizadamente de las fiestas del verano. Y lo hace con el entrañable tono amable, el de "Un pueblo que nos une" en el mundo rural leonés.
En Internet se puede encontrar la edición electrónica del número 115 del boletín trimestral "La Mata de Curueño. Un pueblo que nos une" cliqueando en el enlace, así como las revistas publicadas desde el año 2002.

1 de octubre de 2009

Peña "La caseta del coche de línea"

Asistentes a la reunión del año pasado

La peña "La Caseta del coche de línea" tiene prevista su anual reunión en el puente del Pilar. Este año la comida fraternal se celebrará el sábado 10 de octubre, en el restaurante "Las Colineras" de La Mata.